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Miércoles 3 de febrero de 1999


VENEZUELA SE ABRE A OTRA ESPERANZA

Por Hernán Maldonado


Chavez
Presidente Hugo Chávez Frías (2/2/99)


En febrero de 1994 estos artículos, y en esta secuencia, aparecieron en los diarios bolivianos Presencia, de La Paz; Los Tiempos y Opinión, de Cochabamba; El Mundo y El Deber de Santa Cruz.
Aquella dolorosa derrota de Rafael Caldera
Carlos Andrés Pérez en el caballo de la popularidad
El liderazgo adormecido y enamorado; la vuelta de Pérez
Venezuela en manos de un "jovencito" de 77 años

Miami – ¡Y ahora le toca al pueblo! Fue el grito optimista que se escuchó este martes en toda la geografía venezolana cuando el coronel Hugo Chávez Frías fue investido como presidente para el próximo quinquenio.

La primera vez que escuché este dicho venezolanísimo fue en una fiesta que ya agonizaba y la "cachifa" (muchacha de servicio) se había cambiado su indumentaria de cocina y apareció en el patio para invitar a bailar al dueño de la casa. ¡Y ahora le toca al pueblo! exclamó.

Recién llegado a Venezuela, pensé que se armaría un pequeño alboroto. Nada de eso. Era una muestra de la casi inexistencia de diferencias sociales en la democracia venezolana. Los únicos "don" en el país eran Don Rómulo Gallegos (escritor y ex presidente), Don Rómulo Betancourt (ex presidente), Don Eugenio Mendoza (magnate venezolano) y Don Rafael Caldera (uno de sus más ilustres políticos).

De allí para abajo, cualquiera sea la formación intelectual, la posición política, social o económica, todos eran "tú".

Fue en la época de la bonanza petrolera cuando emergieron las diferencias sociales y se ahondaron las económicas. Aparecieron los "sifrinos", los niñitos y las niñitas bien, los hijitos de papá con cuentas bancarias y propietades en Miami,. Desapareció la clase media y la pobreza se multiplicó en proporción geométrica.

Y la corrupción generalizada se extendió en la clase política del país como una mancha de aceite hasta que pasó lo que tenía que pasar. Dos intentos de golpes de estado, la expulsión de la presidencia de Carlos Andrés Pérez, el interinato anodino de Ramón Velásquez y la esperanza depositada en Caldera con su elección hace cinco años.

Cuando el estadista asumió el poder un periodista español le preguntó si no era muy viejo para gobernar un país como Venezuela donde el 50 por ciento de sus 23 millones de habitantes no pasan de los 30 años. Caldera le respondio: "Viejo, no. Anciano, pero con el vigor y el entusiasmo de un jovencito".

La tarea para ese "jovencito", entonces de 77 años, resultó ser más pesada de lo que el mismo pensó. Es inexplicable cómo un hombre de su alta formación intelectual y política pudo abrazarse en el epílogo de su vida al caballo del populismo. Dejó pasar la mitad de su quinquenio para finalmente aceptar las recetas del Fondo Monetario Internacional y revivir a la agonizante economía venezolana.

"Entrego un país en marcha; nuestra divisa se ha estabilizado. La deuda externa que hace cinco años era de 26.981 millones de dólares, ahora está en 23.175 millones", dijo Caldera en su último discurso al Congreso hace cinco días.

Pero entregar un país en marcha suena a retórica barata dados los abrumadores problemas irresueltos. El año pasado la economía se contrajo en 0.7 por ciento, que puede llegar al 2.0 por ciento en 1999. La moneda venezolana está sobrevaluada un 40 por ciento, por lo que se avizora un ajuste. La deuda pública llega a los 42.000 millones de dólares y el déficit fiscal a 9.000 millones.

Por supuesto que todo este despelote (a Caldera le gusta utilizar este término) no apareció ayer. Se arrastra desde 1973 cuando Pérez hacía y deshacía en la Venezuela Saudita despilfarrando los recursos que llegaron de improviso por la cuadruplicación de los precios del petróleo.

"Como podrá verse, no es poco lo que se ha hecho", dijo Caldera al recordar que había recibido un país en "profunda crisis política, y social;en crisis moral".

"Entrego el país en paz y democracia", dijo el anciano mandatario que se ufanó también de que en sus manos "no se perdió la república". Magro consuelo para ese 15 por ciento de la masa laboral que figura en el rubro desocupados y que muerde su hambre todos los días.

Por lo demás, la crisis política está latente. Los partidos políticos tradicionales, aventados por la nueva ola populista, permanecen al acecho. La crisis social no ha sido desactivada. Al pueblo se le ha invitado a un banquete donde todavía no hay nada que comer ni beber.

La crisis moral permea aún a la sociedad venezolana envuelta en el azote de la corrupción. Con menos años, quizás Caldera habría podido mostrar más energía para castigar a los culpables, para erradicar el mal. Simplemente lo venció el almanaque.

Ahora Venezuela se entrega a un hombre joven, impetuoso. El coronel Hugo Chavez Frias ha prometido sacarle de todas esas crisis que son atribuidas a la clase política, económica, social y empresarial que gobernó y envejeció en el país en las últimas cuatro décadas.

Venezuela se abraza a otra esperanza.

El discurso que maneja el nuevo régimen es el de la Asamblea Constituyente. Supuestamente ella tendrá los efectos de una varita mágica para arreglar todos los males del país. Por eso es que se apresurará su aprobación, así sea a costa de la clausura del flamante congreso.

Si nos amarramos al carro triunfalista, con la Constituyente se acabará la pobreza, funcionarán los hospitales, se eliminará la corrupción, habrá trabajo para todos, la burocracia será una anécdota, la justicia recuperará su majestad, la educación recobrará su sitial, habrá cupo para todos en las universidades, se recogerá la basura, se cerraran los huecos de las calles y funcionarán los semáforos...

¿Será verdad que esta vez le toca al pueblo?