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Febrero de 1994


CARLOS ANDRES PEREZ EN EL
CABALLO DE LA POPULARIDAD

Por Hernán Maldonado


"En mis manos no se perderá la democracia".

Esta fue la frase más trascendente del primer discurso que pronunció Carlos Andrés Pérez en su investidura aquél lejano día de marzo de 1974.

Con esas palabras, quizás más que al pueblo venezolano, quiso tranquilizar a Caldera. Pérez había sido el poderoso ministro del Interior durante los años de la mayor represión antiguerrillera.

Caldera, con 57 años a cuestas, empezó su retiro. Pocos los sabían pero el viejo luchador político era un tigre herido. Había perdido, pero en mala ley y eso no se lo perdonaría a Pérez.

En su campaña electoral Pérez no reconoció ningún mérito al gobierno de Caldera. Lo atacó implacabalemente, le atribuyó todos los males del país, presentes y pasados.

Mientras la Democracia Cristiana buscaba aún las razones del por qué de su derrota, Pérez cabalgaba en la popularidad de su triunfo abrumador que le dio el control absoluto del Congreso.

Podía hacer y deshacer del país.

Por si fuera poco, el presupuesto nacional que en el mejor de los años del gobierno de Caldera llegó a 13.000 millones de dólares, ascendió súbitamente a 42.000 millones en 1974 producto de la cuadruplicación de los precios del petróleo en el mercado internacional.

En el plano interno Pérez emprendió un osado programa de industrialización del país con la importación a diestra y siniestra de equipos y maquinarias que años después continuaban deteriorándose a la intemperie sin que nadie se explicase la razón de su compra.

En tanto cristalizaran sus planes de industrialización, el país empezó una masiva política de importaciones. El colmo fue la compra en Costa Rica de hojas de plátano para la preparación del popular bocadillo navideño de las hallacas.

Con el torrente de dinero era más facil comprar que producir y las compras estaban produciendo nuevos ricos por doquier. El dinero malhabido estaba dejándose en Miami. Las oleadas de venezolanos inundaban el estado de la Florida y los comerciantes miamenses más que como a venezolanos empezaron a identificarlos como los "damedos", porque los artefactos radioeléctricos y otros bienes que compraban les parecían tan baratos que siempre compraban por duplicado.

Como Pérez había prometido el pleno empleo, la administración pública empezó a ver duplicado y hasta triplicado su personal. Era común en algunas oficinas, como en el Seguro Social en Carmelitas, que el empleado que llegara primero en la mañana ocuparía un escritorio.

Hasta en el señorial edificio de la cancillería podían verse trazas del pleno empleo. Para acceder a las oficinas del encargado de prensa un visitante debía pasar por tres controles, dos de ellos pequeñas mesas colocadas en los pasillos y uno al pie de la escalera principal. Y todo esto para mostrar al encargado la credencial de prensa.

La iniciativa privada también debía contribuir al esfuerzo. Por decreto se obligó hasta al negocio más humilde a contratar personal para limpiar los baños y el más miserable de los edificios con ascensor debía emplear a un ascensorista.

La estatización de empresas, como la gran industria petrolera, empezó a producir "más fuentes de trabajo". El Estado convertido de la noche a la mañana en el gran empleador.

A nivel internacional el esfuerzo –con baldazos de dólares- estuvo dirigido a crear un liderazgo capaz de competir con el que dejó a su paso el gran Simón Bolívar. Los llamados a la mesura, como los del canciller Ramón Escovar Salom, fueron acallados con el despido.

El esfuerzo más dedicado fue el contribuir con armas y dinero al derrocamiento de la dictadura de Anastasio Somoza en Nicaragua.

Conseguido el propósito se vio que no valió la pena en la medida de lo esperado. En la posesión del flamante gobierno sandinista, el héroe del día fue Fidel Castro. Nadie supo explicar por qué los organizadores relegaron (y no sólo en el palco oficial) a un segundo plano a Carlos Andrés Pérez.

En el plano interno el gobierno de Pérez empezó a sangrar por la enorme herida de la corrupción y quien osara denunciarlos acababa en la cárcel o el destierro, como lo comprobaron el periodista Germán Hauser y el director de la revista Resumen, Jorge Olavarría.

Para las elecciones de 1978 el gobierno derrochó ingentes cantidades de dinero, pero el electorado no se dejó engañar y eligió al opositor Luis Herrera Campins.

"Hemos derrotado al gobierno multimil-millonario", proclamó satisfecho Caldera, a quien le habría gustado ser el reemplazante de Pérez, pero la Constitución venezolana prohíbe la reelección de un mandatario hasta pasados 10 años de haber dejado el poder.

Caldera se cobraba una vieja cuenta, aunque con un candidato triunfador que no era de su agrado.

Desalojado del Palacio de Miraflores el todopoderoso Pérez, sus adversarios buscaron inhabilitarlo políticamente para el resto de su vida. Surgió así el famoso caso del Sierra Nevada, el barco refrigerador comprado con un sobreprecio escandaloso y que sin uso ni beneficio se deterioraba en un puerto de la costa occidental venezolana.

Cuando le tocó decidir al Congreso, por 50 contra 49 votos Pérez salió libre de culpa. El voto salvador fue de José Vicente Rangel, su antiguo enemigo político que argumentó que no le gustaba que se hiciera leña de un árbol caido.

Mientras tanto la prensa destapaba por doquier y casi a diario escándalos de corrupción. Como aquél de la secretaria del palacio presidencial que con un sueldo mediocre se dio el lujo de festejar los 15 años de su hija con una apoteósica fiesta que incluyó en el momento cumbre la suelta de decenas de canarios, por lo que el agasajo, cuyo costo los conservadores calcularon en medio millón de dólares, pasó a ser conocido como "la fiesta de los pajaritos".

El periodista Alfredo Peña (actual dirtector del diario El Nacional) entrevistó a Pérez sobre los rumores de que había amasado una bonita fortuna. La respuesta del presidente fue categórica. "Yo no juego a la lotería, no juego al 5-6 (carrera de caballos) ni voy a recibir herencia alguna, de manera que si alguien me ve rico alguna vez, le autorizo a llamarme ladrón", dijo.

El perspicaz Peña le disparó a quemarropa el rumor de que había construido una casa a un costo de 5 millones de dólares en la urbanización La Lagunita. Pérez no pareció sorprendido. "No, yo de eso no sé nada. Eso es cuestión de mi esposa e hija", fue la respuesta.

El mundo político venezolano creía haber asistido al funeral político del fogoso ex mandatario.

Estaba equivocado.

El que no se equivocó fue Caldera, quien había objetado que su partido tuviera por abanderado a Herrera Campins en los comicios de 1978.