Cuatro días después de aquel primer domingo de diciembre de 1973, el presidente Rafael Caldera -como le era habitual todos los jueves desde que asumió la jefatura del Estado hace casi cinco años- se sentó detrás de un gran escritorio de caoba y con voz firme y serena inició su rueda de prensa para referirse, esta vez, a los resultados de las elecciones en la que había resultado ser el gran perdedor.
Con esa voz casi de baritono con la que solía galvanizar a las multitudes en la plaza pública, el gran estadista ratificó su enorme vocación democrática al declarar sin asomo de duda que felicitaba al triunfador de esos comicios: Carlos Andrés Pérez.
En seguida, con esa habilidad que había adquirido en más de 35 años de luchas políticas, el caudillo demócrata cristiano venezolano parecía reprocharles veladamente a sus compatriotas por haberse equivocado al elegir como su sucesor al líder de la oposición.
Como para que no quedaran dudas del mensaje que quería expresar y quizás sin proponérselo, empezó a enumerar los logros de su gobierno y en medio de varias e importantes obras de infraestructura, hizo un paréntesis para resaltar la pacificación del país.
Fue aquí cuando, como le ha ocurrido en muy pocas veces en su vida pública, se le quebró la voz por un par de segundos.
Mientras en la mayoría de los
países latinoamericanos la guerrilla izquierdista estaba en su apogeo, Caldera había logrado incorporar a los rebeldes a la lucha política con una amplia y generosa amnistía.
Amparados en la Ley del Perdón y Olvido centenares de guerrilleros dejaron la montaña y la paz volvió a la patria del Libertador.
Esa parecía ser la más grande
contribución del gobierno de Caldera a la consolidación de la democracia venezolana.
Hasta un mes antes de las elecciones pocos
creían que podía perder las elecciones el candidato
oficialista Lorenzo Fernández, el ex ministro del Interior y preferido de Caldera.
En los círculos gubernamentales nadie le prestaba atención a la última encuesta Gallup que establecía un margen abrumador en favor del candidato del opositor partido Acción Democrática (AD).
El gobierno demócrata cristiano
navegaba en la onda de popularidad que tenía por caja de
resonancia el exterior. Hace apenas seis meses que Caldera
había realizado una exitosa gira sudamericana. Su paso por
Uruguay, Argentina, Chile, Perú, Ecuador, Colombia
había sido saludado con singular entusiasmo por
líderes de pueblos en esos momentos, sino gobernados por
dictadores militares, en su mayoría envueltos en graves
problemas internos derivados de las acciones guerrilleras de izquierda y derecha.
La prensa democrática del continente
alababa a Caldera y no cesaba de destacar su política de
pacificación. La "Doctrina Betancur" una
década antes había recorrido la espina dorsal del
continente con su llamado a los gobiernos democráticos a no reconocer a los regímenes surgidos de la fuerza.
Pero en la década del 70 los
gobiernos militares en Latinoamérica eran tantos que la
doctrina que propuso el ex presidente venezolano podría haberse aplicado al revés.
Por esto es que la pacificación y el
clamor de Caldera por la paz, por la vigencia del sistema
democrático, halló enorme eco en el continente. Caldera había puesto a Venezuela en el mapa del mundo.
Lamentablemente con el prestigio no se alimenta la gente.
Aunque Caldera mantuvo una política
de subsidios colosal y a pesar de que la marginalidad sc mantuvo
dentro de parámetros manejables, el descontento subyacente
fue explotado con una hábil propaganda aderezada con una buena dosis de demagogia.
Al estadista, al estudioso, al hombre académico, la oposición opuso al pragmático.
"Este hombre si camina", fue la consigna creada para Carlos Andrés Pérez. El candidato recorría a pie pueblos enteros y si en la mañana estaba en Occidente, por la tarde presidia una manifestaci6n en los llanos de Aragua para en la noche asistir a un mitin en alguna ciudad de Oriente.
Esa descomunal energía, sumada a un
discurso populachero, encandiló al Juan Bimba venezolano, al
"pata-en-el-suelo" que se sentía postergado
económicamente y que tampoco parecía entender el
lenguaje de esos académicos en el gobierno que hablaban del
bien común y otros principios incompatibles con su inmediata
necesidad de encontrar trabajo y llevar el pan a su hogar.
Fernández aparecía ante el pueblo de cuello y corbata y con un puro colgandole de los labios. Su discurso era bondad, amor, progreso, prosperidad.
Contrariamente, Pérez andaba en
camisa con las mangas enrolladas y saltaba de pueblo en pueblo con el barro llegándole a las rodillas.
Los mensajes eran inconfundibles. "Este hombre si camina" estaba quedándose en la psique de los votantes. Era la lucha del cuchillo contra la manzana.
Obviamente ganó el cuchillo.