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Domingo 18 de agosto del 2013
VENEZUELA: ¿TEMOR A UN PINOCHETAZO?
Por
Hernán Maldonado
El malestar social es tan grande en Venezuela que pareciera que una manifestación callejera como la del 10 de abril del 2002 bastaría para sacar del poder a Nicolás Maduro y lo que queda del chavismo en el gobierno.
En las redes sociales como Tweeter hay quienes acusan de cobardía a la dirigencia opositora y al líder Henrique Capriles por no animarse a convocar a la gente a la calle.
El oficialismo, con una serie de acciones provocadoras, justamente es lo que quiere: muertos y heridos para terminar de consolidarse en el poder, como ocurrió tras los luctuosos sucesos de aquél día.
Más de un millón de marchistas en las calles pretendieron llegar hasta el Palacio de Miraflores y fueron duramente reprimidos por francotiradores. Hugo Chávez renunció porque los militares se negaron a disparar contra el pueblo. Prueba de que la asonada no estuvo preparada fue que los que tomaron el poder cometieron estupideces atroces y los militares, antes que dividirse, optaron por regresar en 48 horas a Chávez a la presidencia.
Chávez convirtió la derrota popular en enorme victoria suya porque se aprovechó de la decepción generalizada para capturar todos los poderes del Estado. Desmanteló las fuerzas armadas y en base a prebendas construyó, con los que se quedaron, una milicia adicta a su causa.
Ahora, pese a su impopularidad, Maduro (ganó supuestamente las elecciones del 14 de abril con apenas un 1.5% de ventaja) sueña con una asonada análoga a la que enfrentó Chávez para afirmarse en el gobierno, porque al fin y al cabo cuenta aún con la lealtad de la milicia formada por su mentor.
La diferencia está en que esa misma milicia, más que a él, estaría dispuesta a obedecer a Diosdado Cabello, el actual presidente de la Asamblea Nacional, de extracción militar y miembro del grupo golpista nacionalista original que apoyó a Chávez en las rebeliones de febrero y noviembre de 1992.
El gran problema para Maduro y Cabello es que la Venezuela que dejó Chávez no es la del 2002, cuando el petróleo estaba por empezar a dar el gran salto de un precio promedio de $12 a más de $100 el barril, capaz de comprar conciencias, lealtades y liderazgos.
Chávez desbarató de tal manera esa riqueza y endeudó a Venezuela (en los dos últimos años en más de $40.000 millones) en una proporción tan brutal que el país está virtualmente quebrado. Las nacionalizaciones, expropiaciones, en nombre de un socialismo que ni él supo explicar, destruyeron el aparato productivo del país que pasó a vivir de las importaciones.
La gran tragedia es que ahora no hay dinero ni para comprar medicinas y la gente anda "matándose" en los supermercados por adquirir artículos básicos de la canasta familiar. Esa la gravedad de la situación.
La oposición aspira a ganar ampliamente las elecciones municipales de diciembre para demostrar que efectivamente triunfó en las presidenciales. Si logra su objetivo, el pasó inmediato será exigir una Constituyente, todo dentro del marco electoral.
Veteranos analistas creen que Capriles tiene razón en no apresurarse en quemar etapas porque el régimen está como el Titanic, hundiéndose inevitablemente aunque la orquesta sigue tocando como si nada.
Obvio que Capriles teme que un poblada como la de hace 13 años remache en el poder a "los enchufados", como él los llama. Pero en el fondo quizás también teme que pueda surgir un Pinochet y que bajo la premisa de orden y progreso, como ocurrió en Chile, cancele toda aspiración de vuelta a la democracia en Venezuela por al menos 20 años, cuando él habrá entrado a la tercera edad. Amanecerá y veremos.
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