Lunes 26 de noviembre del 2001
El TIC TAC DE LA BOMBA VENEZOLANA
Por
Hernán Maldonado
En un vuelo La Habana-Caracas, el presidente Hugo Chávez Frías, que hacía pocos días había asumido el cargo, le contó su vida al escritor colombiano Gabriel García Márquez quien recuerda haber "viajado y conversado a gusto con dos hombres opuestos. Uno a quien la suerte empedernida le ofrecía la oportunidad de salvar a su país. Y el otro, un ilusionista, que podía pasar a la historia como un déspota más".
Eran los tiempos en que el comandante Chávez festejaba su categórico triunfo electoral que lo encumbró en el Palacio de Miraflores. Desde allí se ufanaba el haber desactivado una situación explosiva. "Venezuela era una bomba de tiempo y ya se escuchaba el tic tac", recuerda cada vez que puede.
Los partidos políticos se habían desacreditado brutalmente, la corrupción había llegado a límites incomensurables, la desatención a los más apremiantes problemas venezolanos tocó fondo, la desocupación alcanzó extremos nunca vistos, campeaba la pobreza y la desesperanza por doquier. El país, y no exageraba Chávez, "estaba en la carraplana".
En diciembre de 1998 Venezuela se había abierto a una nueva esperanza. El comandante, a todos los efectos prácticos, sepultó a socialdemocratas (Acción Democrática) y a los socialcristianos (Copei) en el cementerio del escarnio, aprovechando además que los propios hijos de estos, previamente y con sus rencillas internas, los hubieran herido de muerte.
Con un triunfo apabullante en las urnas, Chávez se erigió en el portaestandarte de las izquierdas vociferantes, antiimperialistas, antineoliberales y asistemicas. Sólo cuando se entregó abiertamente a Fidel Castro es que empezaron a abandonarlo sus mejores hombres temerosos de que la tentación totalitaria hiciera presa del coronel-paracaidista.
Chávez decretó la Revolución Bolivariana decidido a cambiarle completamente la cara al país. Gracias a su mayoría en las urnas se apoderó del Consejo Nacional Electoral, estructuró una Corte Suprema de Justicia a su mandar, consiguió una mayoria abrumadora en el nuevo Parlamento elaboró una Constitución a su gusto, y llenó de coroneles y generales a la administración pública.
Cuando Venezuela le pareció pequeña a su liderazgo, el comandante empezó a inmiscuirse en la guerra que libra Colombia contra la guerrilla y a soñar con el eje Caracas-La Habana-Damasco-Bagdad, es decir con tres de los enemigos más declarados de Estados Unidos, su principal socio comercial.
Este 27 de octubre acabó una gira mundial de casi un mes y al regresar se encontró con que el proletariado venezolano se había negado a embarcarse en su nave al elegir por abrumadora mayoría a Carlos Ortega, un opositor a su gobierno y simpatizante de Acción Democrática, el partido al que Chávez dio por difunto hace tres años nomás.
Dos días después Chávez criticó a Estados Unidos diciéndole que no podía responder al terror con el terror y mostró fotos de niños afganos muertos en los bombardeos. Estados Unidos reaccionó ácidamente y por primera vez en 60 años llamó a su embajadora Donna Hrinak "para consultas" no sin antes de que George W. Bush dejara dicho que estaba "decepcionado" por lo declarado por el comandante revolucionario.
Esa misma noche, mientras Chávez hablaba en cadena nacional, en los cuatro puntos cardinales de Caracas empezaron a sonar los cacerolazos, con la misma intensidad o peor que cuando Chávez fue encarcelado tras el fracaso de su intentona del 4 de febrero del 92. Pero esta vez era claro que no era en favor suyo el asincrónico concierto.
Como en esa misma alocución Chávez despotricó contra personalidades de la prensa venezolana, al día siguiente el alcalde metropolitano, Alfredo Peña, que fue su ministro de la secretaria hasta hace poco, le pidió públicamente que dejara de comportarse como "un matón de barrio" y le recomendó brutalmente que se lavara la boca antes de referirse a esos patricios venezolanos.
Peña le quitó de sopetón el monopolio de los micrófonos al comandante y hace una semana Chávez también perdió el uso exclusivo de la calle cuando decenas de miles de militantes de Acción Democrática dejaron una vez más sentada su vieja divisa de que "adeco es adeco hasta que se muere" con consignas tales como "Chávez taliban, vete a Afganistán".
La noche anterior, 28.000 fanáticos asistentes a un juego de béisbol, estallaron en una silbatina general cuando grupos de universitarios extremistas irrumpieron en el campo con pancartas progubernamentales.
La poderosa empresa privada ha convocado a un paro cívico para el 10 de diciembre exhortando al presidente a rectificar el rumbo de su gobierno, que avanza hacia un mayor control de la vida nacional con la aprobación, via decreto supremo, de 48 leyes. La convocatoria es grave y Chávez parece haberlo advertido porque ahora es él quien se ofrece a dialogar, "aunque sea de rodillas", como ha prometido su ministro de Defensa, José Vicente Rangel.
Las últimas encuestas establecen que Chávez todavía cuenta con un elevado porcentaje de apoyo popular pero, aun así, un 78 por ciento cree que su gobierno va por mal camino. Una mayoría considerable le pide que rectifique el rumbo socializante de su gobierno. Muy pocos alientan el golpe militar y los más pragmáticos creen que la propia Asamblea Legislativa debe recortarle el mandato, en una especie de salida a lo ecuatoriana. En el otro extremo, hay quienes piensan que podría darse un autogolpe a lo Fujimori.
Lo real es que la situación está haciéndose insostenible para Chávez (que para congraciarse con el millón de empleados públicos acaba de decretar un triple aguinaldo), porque no sólo tiene al frente a los partidos políticos resucitados, a la Iglesia, a los empresarios, a los educadores, a los medios de comunicacion social, a ex militares y hasta a los trabajadores sindicalizados, sino que también ha enfurecido a su vecino del norte. Quizás ahora es más audible el tic tac que antes escuchaba Chávez.
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