Fue una noche lluviosa de hace 50 años en el estadio Hernando Siles. Jugaban The Strongest y Portuguesa de Desportos de Brasil. Era un amistoso. Por el mal tiempo, solo unos 8.000 aficionados lo vieron. Aunque el campo parecía un pantanal, el partido fue uno de los más memorables que he visto.
Fue de ida y vuelta y los brasileños, aunque los locales dominaban, iban adelante en el marcador 2-0 corriendo como gamos y olvidándose de la altura de La Paz. La emoción se desbordó cuando The Strongest descontó y se lanzó desesperado en busca del empate.
El dueño de Radio Amauta prefirió esa noche la transmisión de la telenovela en la que era protagonista antes que cedernos el espacio a la Corporación Deportiva Borelli y esa la razón por la que fui a sentarme a las graderías junto con mi hermano Oscar, pese al aguacero.
Faltaban como 15 minutos y el público enfervorizado seguía las incidencias de pie. El griterío fue un rugido sordo, prolongado, cuando finalmente llegó el empate. Mi hermano saltó como un resorte, mientras yo, impávido, observaba la colosal algarabía.
Fue entonces cuando mi hermano me espetó: ¡Y tú! ¿Por qué no te emocionas? Estos días, medio siglo después, vuelvo a "escuchar" la pregunta. No me lo dicen mis hijos ni mis nietos que brincan y saltan a mi alrededor con la emociones de la Copa Mundial Brasil 2014, pero sé que lo piensan al verme imperturbable en mi sillón.
Y es que a los jóvenes periodistas lo primero que se nos enseñaba en aquellos lejanos tiempos era a no emocionarnos y ver fríamente las cosas para poder escribir o transmitir hechos con la mayor objetividad posible, aunque en el fondo de nuestros corazones latieran colorcitos o banderitas.
"Un periodista no debe olvidar nunca que escribe para moros y cristianos. Si te pones una camiseta, los del equipo contrario no te leerán ni te escucharán", solía aconsejarnos don Julio Borelli, el gran maestro, amigo y colega.
Pero eso era en otro tiempo, el del periodismo romántico que hoy es considerado bobalicón, porque ahora -aseguran-- no puede haber imparcialidad ante la maldad, la injusticia, el hambre… Está bien, pero hay una gran distancia con la objetividad.
Si en materia política ya casi no existe la información imparcial y menos objetiva, en el periodismo deportivo mayormente ha desaparecido. Cada quien se pone una camiseta y afloran los nacionalismos estúpidos para hacernos creer que caer en un partido de fútbol equivale a perder una guerra.
En Estados Unidos, donde gracias a la tecnología es posible ver programas de TV u oír radio de casi todo el mundo, compruebo que la fiebre nacionalista es pandemia tratándose de partidos de fútbol. Locutores y comentaristas ponen el "honor" de su país en la cancha, tras una pelota.
Se envuelven en su bandera como fanáticos enloquecidos. Un ejemplo fue la narración del gol argentino ante Suiza en los octavos de final. El relator argentino Pablo Girald, maldijo de felicidad hasta a su propia madre, gimió, lloró. "Desgarrador relato del gol de Di María", tituló el diario El Espectador de Colombia.
Felizmente la cadena Univisión se dio cuenta que sus millones de televidentes en Estados Unidos no son solo mexicanos y para la actual Copa Mundial morigeró el desborde de sus relatores. Otro tanto ocurrió con FOX, al que alguna vez califiqué como "Fox-Chicharito", por tratar de hacernos creer que no existe mejor futbolista que él.
Volviendo al principio, comprobé en las eliminatorias que el chauvinismo llegó también a las alturas bolivianas. Escuchando los relatos de Radio Panamericana, di la razón al colega Lorenzo Carri cuando me decía que le daban nauseas los desbordes nacionalistas en el fútbol.