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Miércoles 8 de diciembre de 1999


LA EMBAJADA EN MEXICO (3ra. parte)

Por Hernán Maldonado


Miami - En una ciudad donde diariamente circulan cinco millones de vehículos, a don Agustín Zamorano le pareció una novedad ver que la placa del auto que le precedia en el congestionado tráfico de la capital mexicana lo identificara como perteneciente a la embajada de Bolivia.

Zamorano tenía razón en preguntarse a quién podría pertenecer ese auto blanco importado, porque él - en su condición de chofer de la embajada - creía conocer a todos los vehículos asignados a nuestra representación.

Y nuestra embajada en México no se para en chiquitas cuando tiene que importar autos. Mientras otras legaciones extranjeras lo primero que hacen es halagar el nacionalismo azteca adquiriendo Grand Marquis ensamblados en ese país, Bolivia se da el lujo de importar lujosos autos de hasta 80.000 dólares, muchos de los cuales ni siquiera llegan a manos de algún funcionario una vez que transponen la aduana, pero sí corretean por México con las placas diplomáticas nuestras.

Don Agustín comentó el hecho a la supersecretaria Eulalia Fernández (actualmente Euly García) y si hubiera analizado mejor la mirada que recibió, habría sabido ahí mismo que sus días como chofer de la embajada estaban contados.

Poco después se produjo el terremoto de Aiquile y la comunidad boliviana en México expresó de diversas maneras su solidaridad con los compatriotas sumidos en la desgracia. Se juntaron unas grandes cajas de medicinas.

Dada la urgencia de la situación y por respeto a los donantes, la embajada podría haber gestionado su rápido envío a Bolivia, pero no. Las cajas fueron arrumbadas en un rincón de las oficinas por días y semanas hasta que alguien (quizás uno de los médicos generosos) protestó por la negligencia.

La supersecretaria convocó a don Agustín y le ordenó que llevara esas cajas al Lloyd Aéreo Boliviano. El chofer cumplió la orden, pero cuando el LAB exigió el pago del envío, Fernández llamó al chofer para decirle furiosa que era "un burro", y que cuando llevó las cajas debía "haber tramitado para que las llevaran gratis a Bolivia"

Don Agustín se quedó paralogizado. No entendía cómo en su condición de humilde chofer podía hacerse cargo de ese tipo de trámites, que ni siquiera se hacen por conducto verbal. Y el que lo insulten de paso, colmó su paciencia porque se consideraba, de todos modos, un explotado, ya que en los dos años de labor, la embajada ni siquiera lo había asegurado.

El chofer también estaba cansado de ir a pagar cuentas con cheques sin fondos, como aquellos girados a la compañia de teléfonos que, como penalidad cargó después otros 100 dólares de multa por cheque rebotado con la advertencia de que en lo sucesivo cobraría sólo en efectivo.

Por eso y en busca de justicia don Agustín pidió una cita con el embajador Jorge Agreda.

Le hubiera convenido no hacerlo. Cuando entró al despacho de éste, la supersecretaria ya había elaborado un grueso expediente en el que se acusaba a don Agustín de todo defecto, desde la flojera a la insubordinación.

El pusilánime embajador, según recuerda el chofer, le dijo: "Lo siento Agustín, yo le creo a la señora Euly" y lo puso patitas en la calle sin ningún beneficio.

Pero Agustín, como mexicano que es, sabía que estaba amparado por las leyes laborales de su país, así que acudió a sus autoridades exigiendo sus derechos. La embajada, que apenas donó una botella de singani barato a ser rifada en la kermese del malogrado estudiante orureño Edgar Sánchez Mollo, hizo un alarde de capacidad económica al contratar abogados para doblegar las pretensiones del chofer.

Don Agustín Zamorano demostró a los corruptos e incapaces de la embajada que era un hueso duro de roer. Se quejó ante todo aquél que quisiera oirlo. Cuando el escándalo iba a adquirir mayores proporciones, una discreta llamada de la cancillería mexicana hizo entrar en razón a nuestros "diplomáticos", quienes desembolsaron alrededor de 1.500 dólares para liquidar el asuntillo.

El chofer se salió con la suya. No era como proclamaban Agreda y Fernández de que don Agustín trabajaba bajo sus leyes.

Pero es que ninguna ley parece frenar la corrupción, especialmente cuando a cargo del "negocio" está un pariente del presidente Bánzer.

Se los cuento la próxima semana.