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LA EMBAJADA EN MEXICO (3ra. parte)
Por
Hernán Maldonado
Zamorano tenía razón en preguntarse a quién podría pertenecer ese auto
blanco importado, porque él - en su condición de chofer de la embajada -
creía conocer a todos los vehículos asignados a nuestra representación.
Y nuestra embajada en México no se para en chiquitas cuando tiene que
importar autos. Mientras otras legaciones extranjeras lo primero que hacen es
halagar el nacionalismo azteca adquiriendo Grand Marquis ensamblados en ese
país, Bolivia se da el lujo de importar lujosos autos de hasta 80.000
dólares, muchos de los cuales ni siquiera llegan a manos de algún funcionario
una vez que transponen la aduana, pero sí corretean por México con las placas
diplomáticas nuestras.
Don Agustín comentó el hecho a la supersecretaria Eulalia Fernández
(actualmente Euly García) y si hubiera analizado mejor la mirada que recibió,
habría sabido ahí mismo que sus días como chofer de la embajada estaban
contados.
Poco después se produjo el terremoto de Aiquile y la comunidad
boliviana en México expresó de diversas maneras su solidaridad con los
compatriotas sumidos en la desgracia. Se juntaron unas grandes cajas de
medicinas.
Dada la urgencia de la situación y por respeto a los donantes, la
embajada podría haber gestionado su rápido envío a Bolivia, pero no. Las
cajas fueron arrumbadas en un rincón de las oficinas por días y semanas hasta
que alguien (quizás uno de los médicos generosos) protestó por la negligencia.
La supersecretaria convocó a don Agustín y le ordenó que llevara esas
cajas al Lloyd Aéreo Boliviano. El chofer cumplió la orden, pero cuando el
LAB exigió el pago del envío, Fernández llamó al chofer para decirle furiosa
que era "un burro", y que cuando llevó las cajas debía "haber tramitado para
que las llevaran gratis a Bolivia"
Don Agustín se quedó paralogizado. No entendía cómo en su condición de
humilde chofer podía hacerse cargo de ese tipo de trámites, que ni siquiera
se hacen por conducto verbal. Y el que lo insulten de paso, colmó su
paciencia porque se consideraba, de todos modos, un explotado, ya que en los
dos años de labor, la embajada ni siquiera lo había asegurado.
El chofer también estaba cansado de ir a pagar cuentas con cheques sin
fondos, como aquellos girados a la compañia de teléfonos que, como penalidad
cargó después otros 100 dólares de multa por cheque rebotado con la
advertencia de que en lo sucesivo cobraría sólo en efectivo.
Por eso y en busca de justicia don Agustín pidió una cita con el
embajador Jorge Agreda.
Le hubiera convenido no hacerlo. Cuando entró al despacho de éste, la
supersecretaria ya había elaborado un grueso expediente en el que se acusaba
a don Agustín de todo defecto, desde la flojera a la insubordinación.
El pusilánime embajador, según recuerda el chofer, le dijo: "Lo siento
Agustín, yo le creo a la señora Euly" y lo puso patitas en la calle sin
ningún beneficio.
Pero Agustín, como mexicano que es, sabía que estaba amparado por las
leyes laborales de su país, así que acudió a sus autoridades exigiendo sus
derechos. La embajada, que apenas donó una botella de singani barato a ser
rifada en la kermese del malogrado estudiante orureño Edgar Sánchez Mollo,
hizo un alarde de capacidad económica al contratar abogados para doblegar las
pretensiones del chofer.
Don Agustín Zamorano demostró a los corruptos e incapaces de la
embajada que era un hueso duro de roer. Se quejó ante todo aquél que quisiera
oirlo. Cuando el escándalo iba a adquirir mayores proporciones, una discreta
llamada de la cancillería mexicana hizo entrar en razón a nuestros
"diplomáticos", quienes desembolsaron alrededor de 1.500 dólares para
liquidar el asuntillo.
El chofer se salió con la suya. No era como proclamaban Agreda y
Fernández de que don Agustín trabajaba bajo sus leyes.
Pero es que ninguna ley parece frenar la corrupción, especialmente
cuando a cargo del "negocio" está un pariente del presidente Bánzer.
Se los cuento la próxima semana.
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