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Lunes 5 de agosto del 2013


AQUEL DIA GRAMUNT SE ENFRENTO A LAS BALAS

Por Hernán Maldonado

Hace 50 años, un 5 de agosto, nació la Agencia de Noticias Fides (ANF) al servicio de Bolivia. Hoy cumple su cincuentenario, el mismo día en que su insigne fundador, el reverendo padre José Gramunt de Moragas S.J. llega a los 91 años de edad.

El maestro, amigo y colega bien puede decir que no ha arado en el mar. ANF, no solo es una de las agencias noticiosas más antiguas del hemisferio, sino un bastión de la defensa de los derechos humanos. Mucho ha sembrado Gramunt, pero quizás su legado más importante es su indoblegable lucha por la democracia.

Hace algún tiempo esbocé una especie de semblanza, todavía inédita, en la que precisamente aludía a esta faceta del valiente periodista, y que comparto ahora con ustedes, para que las nuevas generaciones sepan que Gramunt hizo bueno aquello que nos dice el apóstol Santiago: "Muéstrame tu fe sin obras y yo te mostraré por las obras mi fe" (Stgo 2, 18). Un firme creyente de la democracia, Gramunt ha hecho del periodismo su trinchera de lucha para su defensa. Imposible contabilizar los editoriales que escribió en más de medio siglo. En una compilación de algunos de sus editoriales entre el 2003 y el 2008, pienso que en un 60% de ellos el sacerdote expresa su preocupación, promueve o defiende la democracia.

Aquellos que tienen tendencias totalitarias o creen en el abuso como sistema de gobierno se han encontrado con la pluma de Gramunt. Muchísimo antes de que el recordado beato Juan Pablo II reverdeciera la vieja exhortación bíblica de "No tengáis miedo", Gramunt sembró la frase entre sus periodistas.

Se ha enfrentado a las dictaduras de izquierda y derecha, a los regímenes militares totalitarios. Fue conminado a presentarse y a pagar multas ante los todopoderosos de turno pero nunca se ha doblegado. Nadie ha podido acallarlo porque él navega aferrado a la bandera de la verdad. Esa valentía ha transmitido a sus discípulos. No por nada varios de ellos han pasado muchos años de sus vidas en el exilio. Gramunt mismo no le ha temido a las balas en su compromiso por la democracia. Fui testigo presencial de su valentía. Fue en aquellos aciagos días de la sangrienta rebelión encabezada por el coronel Alberto Natusch Busch el 1 de noviembre de 1979. Yo había llegado a La Paz desde Caracas como corresponsal de la United Press Internacional para la cobertura de la reunión de cancilleres de la Organización de los Estados Americanos. Eran días de muchas muertes. Los golpistas no terminaban de apoderarse del gobierno y el tambaleante régimen del presidente Walter Guevara Arze no terminaba de caer. Los civiles que se oponían a la insurrección eran masacrados en las calles de La Paz. Varios países enviaron sus aviones para recoger a sus diplomáticos entrampados. El gobierno estaba convencido de que controlaba la situación. La realidad decía que no, porque las calles estaban desiertas. La bronca era mayor en el civilismo porque Bolivia, por primera vez en su historia, había conseguido un sólido respaldo de la OEA a su aspiración de recuperar su salida al mar. Guevara se mantenía en la clandestinidad y los militares no querían volver a sus cuarteles. La Iglesia Católica buscó que las partes llegaran a un entendimiento para evitar mayor derramamiento de sangre. El padre Gramunt, si mal no recuerdo, era el Secretario de Medios de Comunicación de la Conferencia Episcopal Boliviana, y como tal estaba en la primera línea entre los mediadores. Como no había taxis y se disparaba contra todo lo que se moviera, había que tener extremo cuidado para movilizarse de un punto a otro en la ciudad. El jefe de mi oficina, Enrique Durand, nos llamó desde Washington al corresponsal de UPI en La Paz, Alberto Zuazo Nathes y a mí, no para sugerirnos, sino para ordenarnos que nos refugiáramos y no salgamos de nuestro hotel hasta que la situación se hubiera normalizado. Lo que hicimos nosotros fue rearmarnos de valor para seguir informando al mundo de lo que ocurría. Los militares cerraron West Coast, desde donde transmitíamos, pero Zuazo consiguió que pudiéramos hacerlo desde el télex ubicado en Ultima Hora, donde trabajaba. Fue en estas circunstancias que vi a Gramunt caminando en medio de una balacera por El Prado. Los soldados tiroteaban la sede de la Central Obrera Boliviana. Lo que hice fue seguirle porque, sin quererlo, me llevaría a donde estaban reuniéndose los prelados con los negociadores. Así fue. La cita era en el colegio Don Bosco. Apenas escuchaba las voces de los allí reunidos. Era una reunión casi clandestina. Estaba por renunciar a seguir en el intento, mientras afuera arreciaban los disparos, cuando la puerta se abrió y me di cara a cara con Gramunt. El no sabía que yo estaba en La Paz, pero sí qué es lo que yo intentaba y no le gustó mucho. Claro, allí estaba en otro papel, no en el del periodista. No conseguí lo que buscaba, pero ese día comprobé que Gramunt no le temió a las balas con tal de restaurar la democracia y la paz en Bolivia…

¡Ah! Feliz cumpleaños, querido padre Gramunt.