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EL "FISCAL DE HIERRO"
Por
Hernán Maldonado
Ha pasado el tiempo y ahora Gutiérrez, no sólo que pisa arenas
movedizas, sino que busca salir del fango a raíz de denuncias que lo
involucran en el contrabando de automóviles "chutos" vía Chile.
Es más, este lunes Marco Marino Diodato denunció haber sido instado por
Gutiérrez a involucrar al presidente Hugo Bánzer Suárez en el escándalo del
que el italiano es el principal acusado. Diodato reveló parte de una supuesta
trama para desestabilizar al gobierno.
El jefe de Falange Socialista Boliviana, Otto Ritter, avaló las
denuncias de su ex cliente, situándolas en esa supuesta lucha entre "Pitufos"
y "Dinosaurios" de ADN. Gutiérrez, por su parte, desmintió rotundamente al
italiano con el sólido respaldo del ex ministro del Interior, Guido Nayar.
Pero qué credibilidad puede asignársele ahora a Gutiérrez cuando el
propio viceministro del Interior, José Orías, lo acusó de tener "un afán de
figuración y protagonismo" que lo han llevado a "excederse en sus
atribuciones específicas..." (La Razón 9/29/99).
Cuando se develó el caso Diodato, Gutiérrez estaba en la cúspide de la
popularidad. Se lo veía en los periódicos y en todas las pantallas de
televisión anunciando revelaciones espectaculares. Con unos lentes oscuros
con los que se daba la apariencia de un sabueso del FBI, era el personaje de
la hora.
En esos días unos policías abusivos quemaron en una celda de la
Interpol a un ciudadano peruano y el fiscal muy orondo declaró que éste
había intentado suicidarse por "motivos pasionales", porque se descubrió "que
estaba en La Paz con una mujer que no era la suya".
Pero resulta que Freddy Cano, pese a las tremendas quemaduras, todavía
tuvo arrestos para revelar lo que verdaderamente le había ocurrido. Fue
repatriado agonizante en medio de hondas muestras de repudio en los dos
países. Nuestro "Fiscal de Hierro" quedó en el ridículo, pero ni se inmutó.
Mientras se embarullaba más el caso Diodato, Gutiérrez fue llamado
a intervenir en el caso de la violación y asesinato de la pequeña Patricia y
también, muy suelto de cuerpo, presentó como al principal acusado a Odón
Mendoza, regente de la escuela Juariste Eguino.
Apoyó su requerimiento en contra de Mendoza en unas supuestas muestras de
ADN del regente, que nunca habían sido analizadas, hecho por el que perdieron
sus puestos en septiembre pasado el director nacional de la PTJ, Carlos
Sánchez, el director departamental Oscar Guerrero y el jefe de la división de
homicidios, Antonio Catacora.
Nuestro "Fiscal de Hierro" tendría también que haber sido destituido,
pero no ocurrió tal cosa porque Gutiérrez les ganó la mano a sus superiores
retirándose del caso. Luego se perdió en la oscuridad de la burocracia hasta
que a fines del año pasado funcionarios aduaneros revelaron que él y su mujer
introdujeron cinco vehículos de contrabando, dos de ellos personalmente.
Gutiérrez, ha proclamado su inocencia. Ahora también se ha cuidado de no
renunciar, como un mínimo de ética profesional se lo exige desde el bullado
caso del peruano quemado.
Y es que Gutiérrez no es Kendall Coffey. ¿Se acuerdan de él? Es el fiscal
que mandó a la cárcel en Miami a mediados de la década pasada a una docena de
bolivianos acusados de tráfico de drogas, incluyendo al coronel Faustino Rico
Toro.
Coffey, poco después de terminar con el caso Rico Toro, creía tener todos
los hilos bien atados para mandar también a la cárcel a los colombianos
Augusto "Willie" Falcón y Salvador "Sal" Magluta, acusándolos de haber
introducido a Estados Unidos 75 toneladas (75,000 kilos) de cocaina en un
lapso de 10 años.
Los acusados, contando con esos abogados capaces de convencer de que los
chanchos vuelan, (y un jurado corrupto, como se demostró después) lograron
evadir a la justicia. (Años después Falcón volvió a ser enjuiciado y enviado
a la cárcel, pero por el delito de violación a la ley sobre armas de fuego).
El día que Falcón y Magluta se salieron con la suya, Coffey (que
no sabía aún lo del jurado sobornado) creyó que la única forma de superar el
abatimiento era tratar de no pensar más en el sonado caso que le costó años
de investigaciones. Se fue a un local donde las bailarinas cubren su pudor
sólo con el lapiz labial y se tomó unos tragos demás.
Al filo de la madrugada, una de las jovencitas trató de consolarlo en su
mesa y lo único que se ganó fue un mordisco en un brazo. Luego nadie recordó
que Coffey fue quien envió a la cárcel a decenas de narcos. Lo trascendente
fue su inconducta. Imperdonable en un representante de la ley. Y él lo supo.
Renunció a las 24 horas.
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