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UN CADAVER INSEPULTOPor
Hernán Maldonado
En la colosal algarabía de la entrada del carnaval cruceño 2000,
Johnny Fernández quizás pensaba en esto que nos es muy propio: "Después del
gusto, el susto". Porque susto tras susto es lo menos que le espera
próximamente.
Jurídicamente no tiene ningún tribunal más al que apelar luego que
la Corte Suprema de Justicia le ordenó pagar a la Distribuidora Fernández 9.9
millones de dólares por defraudación tributaria. Políticamente, sólo le queda
el chantaje al gobierno, del que forma parte, para evadir ese pago. Tiene una
veintena de "levantamanos" que podrían retirarse de la coalición oficialista
y dejarla sin mayoría parlamentaria.
En los dos casos tiene la opinión pública en contra. Hasta el más
distraido de los bolivianos está pendiente esta vez del asunto y quiere que
el magnate cervecero pague su deuda al fisco, deuda que su compañía escabulló
durante 10 años valiéndose de sus testaferros políticos y de sus abogados
chicaneros.
El acreedor, el Estado boliviano, casi abúlico está moviendo sus
pinzas para acorralar al deudor. Y es que en nuestras estructuras pesan mucho
las cualidades de "jefe político, alcalde y líder del partido". Mucho más
cuando el "don" forma parte de los mecanismos de poder.
Y la Cervecería Boliviana Nacional parecería no estar precisamente
gozando de una buena salud financiera, si nos atenemos a la última asamblea
de accionistas donde afloraron agrias divergencias entre los hermanos
Fernández y se vieron las afiladas uñas de la competencia para echarle mano
al paquete accionario más grueso.
Pero al joven Fernández parece importarle poco esos asuntos porque
cuando los periodistas lo enfrentan con este tipo de temas sus respuestas son
cantinflescas. En algunos casos su comportamiento también linda con la
inocencia infantil, como cuando regresó hace dos años de un viaje a Disney
World, proclamando como su mayor logro el haber podido comprobar que su visa
"funciona" y que por ende su candidatura presidencial del 2002 no tendrá las
objeciones de "la embajada".
Su padre, Max Fernández, fundó Unión Cívica Solidaridad (UCS)
aprovechándose del agradecimiento que las multitudes le brindaban por su
labor filantrópica, estrechamente emparentada con el asistencialismo.
El movimiento casi nació por generación espontánea. Recuerdo allá
por 1990 un alboroto en el mercado Calatayud, en Cochabamba. Me acerqué
curioso y la novedad era que ese día don Max Fernández inauguraba unos
servicios higiénicos y el techo de la sección comidas.
Los vendedores virtualmente enterraron en mixtura y serpentinas a
Fernández. Una entusiasta verdulera justificó así su adhesión: "Por años
hemos pedido esto al alcalde y jamás nos ha escuchado. Hemos ido donde don
Max e inmediatamente puso en movimiento a sus arquitectos, ingenieros y nos
lo ha construido todo en menos de dos meses. Esto sí son hechos y no
palabras".
Y esa labor asistencialista -- el techito aquí, la pizarrita allá;
el bañito o la pilita de agua potable más allá; y las pelotas, la canchita,
las camisetitas de fútbol para tal o cual equipito acullá, etc. --, fue
marcando el camino por el que el empresario se convirtió en político.
Para entonces, los rebalses de otros partidos, los oportunistas, los
pasapasas de siempre, los sinverguenzas, se unieron a Fernández sin darle
jamás un contenido ideológico al partido que nació a billetazo limpio, al
punto que cuando alguien quiso pedirle cuentas al dueño, este dejó para la
historia su frase peyorativa para todos esos arribistas: "En UCS yo soy el
dueño hasta de los ceniceros".
Muerto Max Fernández en un accidente aéreo, la familia no solo heredó
la Cervecería, sino UCS. En medio de la genuina pena de un gran sector de la
ciudadanía, el partido consiguió una importante votación en los comicios de
1997. Fue el voto del "gracias" popular a quien ciertamente resolvió
problemas inmediatos, de ninguna manera estructurales.
Después, una vez más, quedó claro que los partidos no se heredan,
menos cuando hay orfandad ideológica. Le ocurrió ya al otro conglomerado de
populistas aglutinados en Condepa y ahora UCS no puede ser la excepción. Por
su falta de liderazgo, de capacidad, por gruesas fallas en su estructura
interna, por el irrespeto a la democracia partidaria, etc. el partido está
agonizante.
Su actual líder, que baila feliz y trata de hacernos creer que no
enfrenta ningún problema grave, debería repensar los pasos que va a dar,
especialmente como empresario, porque como político... es un cadaver
insepulto.
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