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EL CADAVER DE LEONARDO
Por
Hernán Maldonado
Fueron 20 años intensos, más de frustraciones que de satisfacciones. En
ese lapso - con decenas de desaparecidos, muertos y cientos de presos,
confinados y exiliados - se perfiló la moderna democracia boliviana que hace
apenas un mes celebró otro año de su adolescencia.
Todos esos compatriotas de esos tiempos hoy cargan canas, crían nietos y
todavía, como entonces, anhelan para éstos mejores días que las que les tocó
vivir aferrados a esperanzas, a quimeras.
Y se luchaba contra el gobierno militar desde la universidad, desde la
oficina, la fábrica, la mina, desde la calle. El país se había atomizado. El
único "partido político" unido eran las fuerzas armadas con grupos de civiles
co-gobernantes, más interesados en la prebenda que en servir al país.
Los derrocados con Paz Estenssoro y encarcelados ese 4 de noviembre no
entendían como otros movimientistas estaban aún en el poder con el general
Barrientos. Ni como otros ex movimientistas recientes como los que
conformaban el PRIN y el MNRI, y que habían contribuido al defenestramiento
de Paz Estenssoro, seguían en la oposición, perseguidos como aquél.
Y a la vuelta de la esquina, tampoco era muy comprensible cómo es que
enemigos supuestamente irreconciliables como el MNR y FSB pasaban a
cogobernar. Y más terrible aún, cómo es que el derrocado ignominiosamente
hace 6 años volvía en triunfo al país abrazado a sus derrocadores.
En medio de ese caos de identidad política, y mucho antes al golpe de agosto
del 71, el Ché Guevara y sus hombres demostraron que sí se puede morir por un
credo. Parte de nuestra juventud se encandiló con la idea y en las
universidades surgieron grupos dispuestos a dar la lucha por la "Liberación
Nacional".
En ese cuadro de efervescencia política era difícil saber quién luchaba
porqué y para qué. No se sabía si el interlocutor era un camarada leal o un
agente del Ministerio del Interior. En las universidades los jóvenes en la
búsqueda de la pureza política aborrecían o sospechaban de los militantes de
otros partidos.
Se creían los únicos poseedores de la verdad. Se proclamaban ser la
"vanguardia de la revolución". Los que se oponían a sus ideas eran tildados
de fascistas o agentes del imperialismo.
Y más después, cuando su lucha duró lo que un espasmo en Teoponte y el
general Banzer se encaramó en el poder, buscaban consuelo a sus penas en las
calles del exilio cultivando borracheras, entonando canciones de protesta,
sin todavía avizorar que se reinsertarían en la partidocracia tradicional
para lucrar como el que más.
Los movimientistas que no huyeron se enfrentaron al nuevo orden de cosas con
la esperanza de retomar las "banderas de abril". Lo paradójico es que
luchaban y eran perseguidos por un régimen en el que cogobernaba su partido.
El colega y viejo amigo Luis Minaya Montaño un día se sentó ante su
computadora y decidió retrotraer en una novela esos azarosos tiempos vividos
especialmente en La Paz.
Conductas, inconductas, personajes de toda ralea, políticos arribistas,
burócratas lascivos e insensibles, tecnócratas de nuevo cuño, sentimentales;
idealistas revolucionarios, estrategas políticos de café, policías sádicos,
amantes ambiciosas y mujeres y hombres, padres, hermanos, hijos desfilan en
el exitoso libro.
Los Andrés Garcías, las Genovevas, los Robertitos, las Remigias, los Menezes,
el gordo Teobaldo, entre otros, son los personajes de la obra "El cadáver de
Leonardo" que merecidamente ha recibido el premio de novela Erich Guttentag
1999 y que como colofón nos deja a muchos de esos personajes en nuestro
entorno, ya sean como realidad o como fantasmas de un pasado que demora en
dejarnos.
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