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Domingo 26 de diciembre del 2004


LA DOCTORA MOLINA SIN NAVIDAD

Por Hernán Maldonado

La doctora cubana Hilda Molina ha sumado su undécima Navidad sin darse el gusto de abrazar a su hijo, de conocer a sus nietos, porque simplemente a Fidel Castro no le da la gana.

El presidente Nestor Kirchner, que para consumo interno coquetea con la izquierda para mantener a raya a los desocupados, a los hambrientos y piqueteros argentinos, le pidió en carta personal que permita a la neurocirujana viajar a Buenos Aires.

Parecía un encomiable gesto humanitario, digno prólogo de la visita que se propone realizar en enero a La Habana, conseguir la reunificación de la familia Molina. Al final de cuentas ya el hijo, Roberto Quiñones, es argentino y ni que se diga de los nietos y la nuera.

Pero vanos han sido los intentos. Castro no da brazo a torcer. Se le atribuye haber dicho que "el cerebro de Molina pertenece a Cuba y a nadie más".

Molina, una de las más prominentes científicas mundiales, pionera en el transplante de células cerebrales fetales a pacientes del mal de Parkinson, es la fundadora del Centro Internacional de Restauración Neorológica de Cuba, de la que fue directora hasta hace 10 años.

Era una de las profesionales mimadas de la Revolución Cubana. "No por política, porque nunca lo fuí, sino por mis méritos científicos", dijo la doctora, ex miembro del Partido Comunista Cubano, diputada a la Asamblea Nacional, ex internacionalista en Argelia.

Pero en 1994 Molina repentinamente renunció a todos sus cargos y honores y se recluyó en su casa junto a su octogenaria madre. Su hijo, médico como ella, desertó tras un viaje al Japón. Su renuncia aparentemente tuvo que ver con sus objeciones a la fórmulas de obtener las células fetales.

Pero ella lo que afirma es que discrepó con el gobierno porque el Centro, que era la niña de sus ojos, estaba siendo convertido en una clínica exclusiva para los extranjeros pudientes, en desmedro de los pacientes cubanos.

Desde entonces han pasado 11 navidades en que se ha quedado con los deseos de reunirse con su hijo y conocer a sus nietos. Hilda Molina, de 61 años, jura que viajaria sólo temporalmente a Argentina porque no tiene "nada que buscar en el extranjero".

En junio pasado Washington endureció las sanciones estadounidenses a Cuba y entre las medidas más objetadas por la Cuba insular y la del exilio, estuvo aquella que alarga a tres años el otorgamiento de los permisos para los reencuentros de los exiliados con sus familiares en la isla.

"Estados Unidos viola los derechos humanos al impedir los reencuentros familiares", tronó la cancilleria de La Habana. Las nuevas hornadas de exiliados en Miami dijeron lo mismo.

"Prohibir a los cubanos residentes, nacionalizados o no, visitar a sus familiares más allegados en un lapso no menor de tres años, aunque estos estén al borde de la muerte, es de una crueldad incalificable", dijo Castro el 21 de junio en una carta pública al presidente George W. Bush.

¿Pero entonces en qué quedamos? Castro es el que impide desde hace más de una década que la doctora Molina visite "a sus familiares más allegados". ¿O es que ésto no se inscribe dentro de lo que verdaderamente puede llamarse como un acto de "una crueldad incalificable"?





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