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COMO CASTIGAR A LOS VIOLADORES
Por
Hernán Maldonado
Si hubiera sido una concentración de adultos, éstos nunca hubieran dejado la
plaza hasta no recibir una promesa formal de que serían oídos sus reclamos.
Pero esta era una manifestación de pequeños niños y niñas de escuelas
públicas y privadas.
Casi estaba seguro que ni ellos mismos sabían lo que pedían. Quizás sus
maestros les dieron las consignas, les pintaron las pancartas. Eran muy
pequeños para tener conciencia de lo que verdaderamente es pedir la muerte de
un semejante.
Pero es que septiembre de 1999 (si podría ponérsele nombre a los meses en
Bolivia), bien podría haberse llamado "el mes de muerte". La palabra
encabezaba las primeras planas de los periódicos, era la más repetida en los
noticieros de radio y televisión y era la consigna dominante en
manifestaciones, no sólo de niños, sino de padres de familia y vecinos en La
Paz, Cochabamba y Santa Cruz.
Todo el país parecía clamar por la muerte de los violadores de niños. En esos
días se habían producido dos nuevos casos. La indignación alcanzó tales
matices que el parlamento virtualmente fue obligado a considerar la
posibilidad de implantar la pena de muerte para estos depravados.
Tras unos escarceos en los que se impuso la cordura (o la pereza) el tema fue
postergado en su consideración sine die, como dirían los juristas, esto es,
hasta las calendas griegas.
Y quizás, en este caso, con buena razón. En Bolivia no necesitamos más leyes
en esta materia. Simplemente exijamos que se cumplan y se hagan cumplir las
existentes.
Si funcionara eficazmente la justicia, los violadores convictos estarían bajo
severas penas de cárcel y esto de por sí seria un disuasivo. Recuérdese que
la pena de muerte no ha eliminado al delito en ninguna parte del mundo.
Pero al margen del funcionamiento de una justicia que haga honor a su nombre,
lo que debemos reclamar es una policía competente y no la chapucera, corrupta
y muerta de hambre que tenemos en la actualidad.
Cuando unos jovencitos cometieron un monstruoso crimen en Santa Cruz hace
unas semanas, la policía presentó a los "culpables". Ulteriores
investigaciones demostraron que estos eran inocentes, pero poco faltó para
que los cuatro melenudos-rockeros (ese era su mayor delito) fueran linchados
por otros presos durante su permanencia en la carcel de Palmasola.
En los casos de las dos recientes violaciones, la policía no da pie en bola,
al punto que el regente Odón Mendoza, acusado de la violación y muerte de la
niñita Patricia Flores, está por recuperar su libertad. La policía presentó
como gran prueba pisadas del regente en el gimnasio de la escuela donde
ocurrió el horrible hecho, pero Mendoza demostró - y no sin razón - que por
razones de sus trabajo debía caminar por allí.
Este caso desnudó las carencias angustiosas de nuestra policía. Resulta que
en el país no hay laboratorios de criminalistica, de manera que como obra de
caridad, la embajadora de Estados Unidos, Donna Hrinak, consiguió que las
muestras de semen, ADN, y vello púbico de Mendoza sean remitidos para su
examen al FBI.
¿Con éste tipo de policía, con estos detectives e investigadores chapuceros,
como es que podría implantarse en Bolivia la pena de muerte?
Preferible que un culpable siga libre a sentenciar a un inocente, porque
después de todo, como decía Huáscar Cajías, el más distinguido de nuestros
criminólogos, "no se muere más o menos, sólo se muere".
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