Los regímenes populistas encaramados en el poder acusan a sus opositores de fascistas cuando –pese a enarbolar banderas socialistas-- son ellos los devotos sucesores de Joseph Goebbels, el infame ministro de Propaganda nazi.
“Miente, miente que algo quedará. Cuanto más grande sea una mentira, más gente la creerá”, decía Goebbels al manosear la prensa, el cine y fundamentalmente la radio. Cuando los rusos bombardeaban Berlín, él les hacía creer a los alemanes que estaban ganando la guerra.
Andrés Izarra, que fue ministro de Información de Hugo Chávez, sin tapujo alguno propugnó la “hegemonía comunicacional” y la satrapía se dedicó a comprar diarios, radios y televisoras por las buenas y a las malas.
Los pocos medios que aún se proclaman independientes reciben presiones de toda clase. Son obligados, so pena de perder avisaje, a despedir a periodistas críticos. Más todavía, les cercenan divisas para la compra de papel periódico. El diario Tal Cual se volvió semanario.
La “hegemonía comunicacional goebbeliana” le hace creer a los venezolanos que son víctimas de una “guerra económica” desatada por la burguesía y por eso todos los días millones hacen largas colas calladitos por un kilo de azúcar, de arroz, café o un litro de leche y aceite.
Parece inútil decirle a esos “mansos corderitos” que la escasez de alimentos y medicinas se debe a la disparatada política económica chavista que en 16 años ha destruido el aparato productivo con su hemorragia de expropiaciones, nacionalizaciones y confiscaciones.
Y es que, como decía Mark Twain, “más fácil es engañar a la gente, que convencerla de que ha sido engañada”. Los venezolanos tienen permanentemente ante los micrófonos a Nicolás Maduro y Diosdado Cabello haciéndole creer que viven en el mejor de los mundos. Si hasta tienen los riñones de haber creado un “viceministro de la felicidad”.
Dada la torpeza mental de estos sujetos, les calza como anillo al dedo otra afirmación de Goebbels: “Toda propaganda debe ser popular, adaptando su nivel al menos inteligente de los individuos a los que va dirigida. Cuanto más grande sea la masa a convencer, más pequeño ha de ser el esfuerzo mental a realizar. La capacidad receptiva de las masas es limitada y su comprensión escasa; además, tienen gran facilidad para olvidar”. (¿Será por esto que hay hasta temor de culpar a Chávez por el desastre en que dejó Venezuela?).
En Bolivia, la sarta de mentiras sobre los sangrientos sucesos en Pando está desvaneciéndose ante la verdad de los hechos y todo parece indicar que hubo una confabulación oficial para defenestrar a un gobernador opositor, al que el ministro de la presidencia,
Juan Ramón de la Quintana, pese a esforzarse, no ha podido “enterrarlo hondo para que se lo coman los gusanos”.
En Ecuador, el sátrapa Rafael Correa se ha convertido en un verdugo de la libertad de prensa. Multa a periódicos, enjuicia a periodistas, expulsa de sus ruedas de prensa a reporteros que le disgustan y hasta se atrevió a llamar “gordita horrorosa” a la brillante periodista Sandra Ochoa.
En Brasil, el inefable Lula ahora acusa a los periodistas de perseguirlo “como hacían los nazis con los judíos”, a raíz de develarse los nauseabundos negociados en la petrolera estatal. Y en Argentina, la “doctora K” (poseedora de una fortuna de $37 millones “adquiridos en el ejercicio de la profesión de abogada”) quisiera con toda su alma borrar de su diccionario la palabra “prensa”.
Todos ellos se han vuelto expertos en seguir la recomendación de su maestro Goebbels: “Cargar sobre el adversario los propios errores o defectos respondiendo al ataque con el ataque y, si no puedes negar las malas noticas, inventa otras que las distraigan…” ¿Quiénes son los fascistas?