El conflicto venezolano entre el gobierno dictatorial y el pueblo alzado pasó de ser una incipiente candelita a un pavoroso incendio sin que nadie se atreva a pronosticar cómo va a acabar. Lo único real es la macabra estadística: Los muertos ya llegan a 40, hay medio millar de heridos, 59 torturados, centenares de detenidos…
El dictador Nicolás Maduro ordenó a sus grupos paramilitares el 5 de marzo: "candelita que se prenda, candelita que se apaga". Las "candelitas" no pasaban de ser marchas y barricadas en pocas ciudades. Hoy se han convertido en hogueras en casi toda la geografía venezolana.
Cuando todo empezó, el 12 de febrero, tras la represión sangrienta de una manifestación estudiantil en Caracas con saldo de 3 muertos y que reclamaba justicia, freno a la inseguridad, mayor abastecimiento de artículos de primera necesidad y libertad de los presos políticos, ahora ha subido de todo. Se exige la renuncia de Maduro.
La gasolina que avivó las llamas de la protesta nacional fue el brutal aumento de los precios de los alimentos decretado por el gobierno. En la mayoría de los rubros alcanza al 200%, sumado a la descarada devaluación que ha pulverizado los salarios. El sueldo mínimo que en enero valía $267 ahora equivale a $56.
Maduro esperaba apagar las "candelitas" en Caracas y otras 5 ciudades y pueblos antes de acabar con la rebeldía en el Táchira, el estado que más se le opone y donde los desórdenes comenzaron el 4 de febrero con la violación de una universitaria. Las cosas le salieron mal.
Resolvió que primero debía "pacificar" el Táchira y el pasado fin de semana miles de tropas, inclusive del ejército -que está empezando a ser utilizado-- lucharon a brazo partido con manifestantes armados solo de hondas, palos y piedras. Arrasaban una barricada y al menor descuido volvían a ser reconstruidas.
La brutalidad no sirvió de mucho porque la octava semana de protestas en ese estado empezó este lunes aún con las barricadas y con más manifestantes. De paso, la solidaridad con los tachirenses se esparció por la geografía nacional y el lunes Caracas amaneció virtualmente paralizada.
Sectores opositores plantean la necesidad de convocar a un paro nacional, lo cual parece innecesario porque de por sí el país está virtualmente paralizado no sólo por las barricadas o marchas, sino porque los automovilistas de pronto "descubren" que sus motores se apagan en calles, autopistas y avenidas.
Desde muchos rincones del mundo se clama por un diálogo entre las partes y el propio Maduro y sus secuaces parecen dispuestos a sentarse en una mesa de negociaciones. Las condiciones, empero, han pasado de la liberación de los presos políticos, a la abierta exigencia de la renuncia de Maduro.
El obispo Ovidio Pérez Morales clama abiertamente por la instauración de un gobierno de transición, pero al régimen es lo que menos se le ha pasado por la cabeza a pesar de que la candelita en lugar de decrecer o ser apagada es ya una hoguera cuyas llamas amenazan con un mayor derramamiento de sangre. Lamentablemente.
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