Domingo 20 de abril del 2003
LA FURIA DEL TIO SAM
Por
Hernán Maldonado
La noche del 11 de septiembre del 2001 el presidente George W, Bush fue clarísimo: "El que no está con nosotros, está contra nosotros". Resumió la rabia estadounidense por los alevosos ataques terroristas en Nueva York y Washington, dividió arbitrariamente el mundo entre los buenos y los malos, y prometió castigo a los culpables, dondequiera que se encuentren.
En menos de 24 horas en los parachoques de miles de automóviles "los buenos" exhibían la calcomanía: "Ahora nos toca a nosotros".
Ese mismo era el furor tras el 7 de diciembre de 1941. La venganza contra los que atacaron Pearl Harbor sería durísima. Toda una división de inteligencia y ejecución, sin importar costos ni vidas, fue montada para emboscar y matar en abril de 1943 sobre las islas Salomón al almirante Isoruko Yamamoto. Ni hablar de Hiroshima y Nagasaki.
Ahora los rabiosos norteamericanos están buscando como aguja en un pajar a Osama bin Laden, a sus compañeros y a los que les dan albergue. Los resultados, incluida la invasión a Afganistán, fueron magros. La gran potencia apenas pudo mostrar allí su poder militar. Pero era un ensayo.
Como la rabia está lejos de acabarse, le tocó a Irak cuyo liderazgo ha estado haciendo molestas cosquillas al Tio Sam. Saddam Hussein, en su papel de camorrero, ha recibido lo suyo. Estados Unidos, más que aplastar a Irak, lo que ha mostrado a "los malos" es su poderio económico y militar.
Aplicó el garrote con el que amenazó Bush la noche del 11 de septiembre. Por eso es que los norcoreanos, tan desafiantes y altivos hasta un día antes del comienzo de la guerra en Irak, ahora se muestran dispuestos a negociar.
Para cumplir su propósito de policía mundial contra el terrorismo, Estados Unidos virtualmente "mató" a las Naciones Unidas. La ONU queda casi cumpliendo el papel de su predecesora, la Sociedad de las Naciones, que cuando no pudo imponer la diplomacia abrió las puertas de par en par a la horrosa Segunda Guerra Mundial.
Estados Unidos no ha encontrado en Irak las armas de destrucción masiva, las armas bacteriológicas, las químicas, que él mismo le proporcionó a Irak para su guerra contra Irán, y menos las nucleares, que supuestamente eran la razón principal para la invasión.
Lo que ha encontrado es un pueblo multidividido religiosamente, hambriendo, harapiento y con sed. Y está por verse si ahora no lo deja envuelto en una sangrienta guerra civil.
Resulta difícil creer que un país de sólo 23 millones de habitantes, que por décadas se ha inscrito como el segundo mayor exportador de petróleo en el mundo, que ha recibido miles de millones de dólares, desde 1970 a la fecha, exhiba tantas carencias.
Ciudades sin agua, sin electricidad, caminos y calles polvorientas, habitantes menesterosos, pueblos enteros con casas de adobes, soldados harapientos, hospitales sin suficientes camas, sin equipos ni insumos médicos. Eso si, Aks-47 por millares y monumentos y estatuas al líder por doquier.
Qué mal está el mundo con un país que trata de imponer la razón por la fuerza y que fuerza necesita la razón para explicarnos la existencia de regímenes como el de Hussein en la cuna de la civilización.
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