Hace una carretada de años me produjo una enorme desazón un comentario en personas que yo admiraba en mi círculo de amigos. Les refería de mi reciente viaje a Montevideo, como becario del Departamento de Fomento Cooperativo, oportunidad en la que conocí a un coronel boliviano.
Ese militar (años después sería presidente) desempeñaba el cargo de agregado militar de la embajada boliviana en Uruguay. Ante la ausencia del embajador y tras saber que estábamos allí tres becarios compatriotas, nos invitó a un almuerzo que compartimos agradecidos.
Cuando revelé que ese militar era el coronel Juan José Tórres González, una “dama”, que hacía de anfitriona, dirigiéndose a los demás convidados y con cierto desdén comentó: “Ah. ¿Se acuerdan de él? Era, pues, el chico… su madre vendía…” Enseguida otras señoras mayores dieron sus “aportes”.
Me pareció de lo más triste ese tipo de comentarios, dichos casi con envidia, pero en Cochabamba de los años 60 parecía de lo más natural. La gente se fijaba en los ancestros como si hubiera deseado que el retoño nunca progresara y fuera en la vida lo que sus progenitores.
Muchísimos años más tarde leí una columna en Los Tiempos sobre los antiguos prejuicios dentro de la sociedad boliviana. Se criticaba a aquellos que alcanzaban alguna notoriedad social y que renegaban de sus ancestros, “ocultando a sus abuelas de pollera en las cocinas”.
Pero este fenómeno no sólo se da en Bolivia, sino en gran parte de los países latinoamericanos. Ahora ocurre hasta con los hijos que alcanzan cierto estatus económico y social en el exterior y que buscan olvidarse no sólo de sus ancestros, sino hasta de su propio país.
Recientemente causó furor en las redes sociales un joven graduado en la Universidad de Ratchpatr, en Chiang Rai, al norte de Tailandia, que volvió a su humilde hogar y aún vistiendo toga y birrete se fotografió con su humilde padre.
No menos fue el gesto de la joven pintora boliviana Rosmery Mamani Ventura que hace pocos días publicó en Facebook la foto de su padre, junto con sus dos hermanitos, Rodrigo y Roger, vestidos de Coloraditos de Bolivia en un acto cívico hace algún tiempo en las orillas del Lago Titicaca.
Dijo que lo hacía porque ese 15 de julio era un “motivo muy especial: El cumpleaños de mi padre Enrique Mamani Achata”.
“Quiero decirte, papito querido, que te amo y te agradezco por todo lo que me has dado y enseñado. Gracias por apoyarme y cuidarme. Quiero lo más bello para ti y nuestra familia. Gracias por darnos tanto amor. ¡Felicidades!”, escribió.
Y no solo eso, sino que Rosmery aclaró que publicaba la foto para que se supiera “de donde viene mi sangre”, porque le había disgustado que en un reportaje reciente se confundiera a su padre con el laureado pintor boliviano Roberto Mamani Mamani.
Rosmery, a pesar de que solo tiene 30 años, es una pintora consagrada que ha expuesto hasta en París y cada muestra suya congrega a millares de sus admiradores dentro y fuera de Bolivia. “Sus trabajos son muy buenos. Es una excelente artista”, opinó José Moreno Aparicio, uno de los más famosos pintores bolivianos, residente en México.
Cuando publicó la foto Rosmery, igual que el joven tailandés, recibió un torrente de felicitaciones desde todos los confines del mundo. Ciertamente encantó su autenticidad y ternura de hija agradecida. Una que no oculta las polleras de su abuela.