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LOS POLITICOS POBRESPor
Hernán Maldonado
No voy a referirme a los primeros, sino a los políticos pobres en
momentos en que, como es tradicional en Bolivia, los que están actualmente en
el gobierno son acusados de enriquecimiento ilícito en mayor o menor grado
(algunos con bastantes pruebas en contra) ante un lerdo e inoperante Poder
Judicial.
Cuando uno repasa la historia de Bolivia, una de las cosas que más llama
la atención es la forma en que acabaron sus vidas los que un día ocuparon la
presidencia.
Quizás ese referente lleva, especialmente a los extranjeros instruidos,
a vernos a los bolivianos con algún dejo de compasión. Siempre tienen en
mente la "trágica historia de Bolivia". Más de la mitad de nuestros 60
presidentes, de facto o constitucionales, murieron a la mala. Los que no
fueron asesinados, acabaron sus días en el exilio, enfermos, abandonados por
amigos, por parientes. Los más murieron en la pobreza.
No hace ni un año que el cónsul de Bolivia en Santiago, Mariano Baptista
Gumucio, clamó para que Bolivia se hiciera cargo de los gastos médicos de la
que fue esposa del ex presidente David Toro. La señora, que alguna vez fue la
primera dama de Bolivia, vivía de una pensión otorgada por el gobierno
chileno.
En mis años juveniles, casi a diario escuchaba acusaciones contra los
jerarcas del Movimiento Nacionalista Revolucionario, a quienes la oposición
acusaba de robos escandalosos al tesoro general de la nación. Todavía hoy,
cuando ya las canas pueblan mis sienes, escucho a viejos falangistas acusar
al ex presidente Víctor Paz Estenssoro de haberse "robado" las libras
esterlinas del Banco Central.
Cuando Víctor Paz era el poderoso de la hora recibía regalos populares
en oro y plata sustanciales, al punto que poco antes de terminar su primer
período en 1956 ordenó que se exhibiera todos esos tesoros en orfebrería,
tejitos, tallados, etc. El amplio patio del Palacio de Gobierno quedó
pequeño.
Pero es más, luego que Paz dejó la presidencia ese año y muchas veces
más después, jamás hizo ostentación de riqueza alguna. No vivió en la
indigencia, pero nunca ni siquiera como un hombre medianamente rico. En los
mall de Washington DC era habitual ver al ex presidente haciendo sus propias
compras, inclusive en los supermercados.
Cuando finalmente se retiró de la política, se fue a vivir a su finca
tarijeña en San Luis, que siempre la tuvo, y allí espera el final, sin lujos
de ninguna especie, ni para él ni para su familia, como lo testifican relatos
de prensa y dos libros recientemente publicados.
Otro de los grandes de la Revolución Nacional, Juan Lechín, al que se le
atribuyó la propiedad de una fábrica de llantas en Venezuela "con el dinero
que robó como ministro movimientista", cuando estuvo exiliado en Caracas en
los 70 vivía "arrimado" a unos viejos familiares.
"El Maestro", cuando de verdad optó por el retiro de la politica,
aparentemente no tenía dónde caerse muerto al punto que ahora mismo los
diarios recuerdan que el apartamento en el que vive fue un obsequio del
magnate minero Mario Mercado.
Walter Guevara Arze, otro de los hombres de la Revolución de Abril del
52, las veces que estuvo en el exilio ha tenido que trabajar durísimo para
sostener su hogar. Orgulloso como era, jamás se habría acomodado a algo
pequeño a su estatura intelectual.
En Caracas vivía en un apartamento bastante amplio en la Plaza Altamira
y su jornada como asesor de Cordiplan se alargaba diariamente de 10 a 12
horas. Cuando conversaba con él, siempre me preguntaba cómo es que habiendo
sido un funcionario de alto nivel en Bolivia, todavía se ganaba la vida con
el sudor de su frente. Y ya era un hombre maduro.
En aquellos años 70, el doctor Hernán Siles Zuazo, otro de los grandes
del 52, vivía también sus largos años de exiliado en Caracas con una modestia
franciscana. Es más, durante mucho tiempo vivió en apartamentos de amigos,
sin más acompañantes que unos libros, los periódicos del día y su cama.
En una ocasión el presidente de la Cámara de Diputados
venezolana, Carlos Canache Mata, me preguntó si yo sabía de alguna necesidad
del ex presidente. Le dije que no y jamás se lo mencioné a Siles Zuazo. A él
no le llamaba la atención nada que no fuera Bolivia. Y como ex mandatario, se
daba su lugar con un comportamiento decoroso. Hace dos años, cuando supe que
había muerto en Montevideo, podía imaginarme completamente como fueron sus
últimos años.
Creo que estos cuatro casos invitan a la reflexión sobre lo que pasó
ayer y sobre lo que realmente está pasando ahora en el país.
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