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EL PINCHAZO QUE DOLIO
Por
Hernán Maldonado
Ya pasa casi medio año desde que estalló el escándalo y las graves
acusaciones contra el peninsular se han ido cayendo a pedazos y las únicas
que más o menos se mantienen en pie son las de los pinchazos telefónicos y
los casinos clandestinos.
Esta lunes el tribunal que lo juzga, incluido el fiscal, el acusado y sus
abogados se trasladaron en pleno a la hacienda Perseverancia y, en lugar de
hallar pruebas que incriminen a Diodato en la Ley 1008, lo que se encontró
fueron testigos que afirman haber sido sujetos de presiones para que
declararan en contra del acusado. Amén de ratificarse que si en la hacienda
funcionó alguna vez una fábrica de drogas, eso fue antes que Diodato fuera su
dueño.
Si se cae, como hasta ahora parece, todo el andamiaje relacionado con el
tráfico de drogas armado por los fiscales, al italiano se lo encausara por
delitos que nada tienen que ver con la Ley 1008 y que por supuesto no tienen
penas tan severas.
Por ejemplo, sería enjuiciado por el asunto de los casinos, una Caja de
Pandora en la que Marino podría hacer el papel de bola de nieve arrastrando
consigo a un buen número de políticos, militares y hasta jueces y fiscales,
como los que dispusieron el embargo de decenas de maquinitas de juego que
ahora no aparecen en ningún lado.
La papa quema de tal manera que los parlamentarios han resuelto postergar
sus propias investigaciones sobre los casinos hasta otra oportunidad, quizás
hasta cuando no esté tan alto el fuego. Ciertamente no es práctico en estos
momentos que entre bomberos se pisen la manguera.
La otra acusación en pie contra Diodato es el de la interceptación de
teléfonos. Y aquí tampoco el italiano parece haber obrado exclusivamente por
cuenta propia, al punto que era el hombre contratado por el general Luis
Iriarte, jefe de seguridad del Palacio de Gobierno, para la adquisición de
equipos electrónicos de supervigilancia. El general Iriarte se mantiene
fugitivo a una orden de comparecencia dictada por el juez Antonio Santamaría.
Lo que sí está claro es que Diodato pinchaba teléfonos. Según la versión más
sólida, fue descubierto cuando la FELCN halló que sus mensajes eran
interceptados. La FELCN, fuerza operativa de la DEA en Bolivia, fue
precisamente la que posibilitó su detención.
En este capítulo delictuoso, sin embargo, habrá que ver y demostrarse que
Diodato sacaba provecho para sí o para terceros, porque obviamente el
italiano y su banda no escuchaba y grababa las conversaciones por puro
deporte.
Otra pregunta pendiente es si alguien ha sacado provecho político interno de
los pinchazos. Resulta mucha coincidencia que justamente tras salir a luz el
Caso Diodato hayan llegado a su más bajo nivel las relaciones entre los
"pitufos" y los "dinosaurios" en el partido oficial.
¿Quiénes grabaron, por encargo de quién, con qué finalidad una
conversación privada del presidente Hugo Bánzer?
¿Cómo es que esa copia llegó al diario La Prensa?
La prueba de que ese pinchazo si dolió, fue la apresurada convocatoria a una
conferencia de prensa a principios de septiembre, a la que Bánzer sólo invitó
a directores y dueños de medios. Allí, el anciano mandatario admitió esa
singular charla con esa dama.
En realidad no pasó nada más y se engañaron los que creían que podría
repetirse en Bolivia la crisis política que tuvo por protagonistas hace años
en Venezuela al presidente Jaime Lusinchi y su secretaria Blanca Ibañez. No
hubo mayor escándalo y el presidente Bánzer lo que consiguió de sus
interlocutores fue no sólo una especie de perdón y olvido sino una piadosa
comprensión.
Obviamente el pinchazo había levantado roncha. Quizás eso explica las idas y
venidas, las afirmaciones y rectificaciones, los pasos en falso, las
investigaciones de medio pelo del gobierno en el Caso Diodato: lo sustancial
de la cuestion fue planteado más glandular que racionalmente.
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