Martes 19 de diciembre del 2000
¿MARADONA? ¿PELE?
Por
Hernán Maldonado
Hasta hace algún tiempo la FIFA tomaba decisiones que servían para cimentar
su sólido prestigio como institución rectora del fútbol mundial. Curtidos
dirigentes, con muchas décadas de fútbol sobre sus espaldas contribuían con
su experiencia a elaborar medidas que simplemente se cumplían, sin duda
alguna. El margen de error era mínimo.
Por eso, más de una vez, algún periodista entusiasmado con lo bien que
manejaba la FIFA los asuntos del fútbol mundial, parafraseó lo que por el
siglo XVI se decía de Carlos V: "En los dominios de Sir Stanley Rous el sol
no se pone nunca". El anciano inglés, por entonces, era el presidente de la
FIFA y los años estaban obligándolo a dejar el trono.
Su sucesor, Joao Havelange, heredó el imperio en momentos en que la
televisión se masificaba en el mundo y la FIFA ya no sólo debía atender a
calendarios, la organización de mundiales y supervisar el funcionamiento de
las confederaciones a través de las federaciones desparramadas en los cuatro
costados del mundo. Havelange acuñó la consigna: "Yo vendo un producto
llamado fútbol".
La casita que desde 1904 alquilaba la FIFA en Lausana se convirtió en un
ranchito insuficiente para albergar a la creciente burocracia y los millones
de dólares que los derechos de televisación entraron a sus arcas reclamaron
una distribución de ingresos so pretexto del fomento del fútbol a nivel
mundial, a parte de costearse una nueva y lujosa sede estrenada este año.
La FIFA dejó virtualmente de ser un organismo netamente deportivo. Se
convirtió en una maquinaria de hacer dinero. Havelange y su corte visitaban
no menos de 80 países por año con cualquier pretexto y por el enorme mercado
televisivo afloraron una docena de torneos bajo su patrocinio, lo que antes
era un esfuerzo sólo dedicado a la Copa Mundial.
La hemorragia de competencias acortó la vida profesional de futbolistas. Si
antes se jugaba solo los fines de semana, desde el 70 prácticamente empezó a
jugarse no menos de tres veces cada ocho días.
Pero todo esto es historia aparte. Lo que quiero decir es que la
mercantilización de la FIFA ha llegado a extremos insospechados, como lo
prueba la salomónica decisión de realizar el mundial del 2002 en Corea del
Sur y Japón. Una verdadera estupidez, que sigue a la última Eurocopa que
también fue compartida entre Bélgica y Holanda.
Si en la FIFA se produjera una investigación como la que puso al descubierto
el sórdido mundo del Comité Olímpico Internacional, no me queda duda que
saldrían a relucir chanchullos monumentales por decisiones oscuras como la
reciente votación en la que Alemania logró la sede de la Copa del 2006, por
un voto completamente sospechoso, al punto que su autor renunció sobre
tablas, tapando con su actitud el maloliente resultado de esa elección.
Bajo la sombra de Havelange creció la figura del políglota Joseph Blatter, el
actual monarca de la FIFA, un verdadero campeón de las relaciones públicas,
que acaba de estrenarse con un ridículo monumental al promover vía Internet
la elección del "Futbolista del Siglo". Blater quizás buscó hacer una gracia
y le salió una morisqueta.
Diego Armando Maradona fue elegido, según las cifras que se han manejado, por
unos 76,000 votos, mientras que Pelé obtuvo una tercera parte. Las cifras son
ridículas teniendo en cuenta los millones de cibernautas existentes en el
mundo en este comienzo de siglo. Peor aún, supuestamente la FIFA estaba
segura que Pelé sería el favorecido y cuando resultó que Maradona lo fue,
inventó lo de la elección entre los dirigentes de la FIFA y compartió el
premio entre el argentino y el brasileño.
La convocatoria a la elección misma era una estupidez. Porque ¿qué tal si la
Academia Sueca, por ejemplo, buscara que los cibernautas eligieran al mejor
químico del siglo, al mejor físico, al mejor literato, etc, etc? O si la
Academia de la Lengua convocara a elegir al escritor de lengua castellana del
siglo...
Pelé y Maradona han deslumbrado en las últimas cuatro décadas. Quizás más el
segundo porque gozó de la difusión de sus hazañas por la televisión. Pero
¿por qué la FIFA se olvidó de los otros 60 años? ¿Se justificaba una
convocatoria de ese tipo?
Por eso parece justa la protesta del gran Alfredo Di Stéfano, aunque la FIFA
dice que lo homenajeará cuando cumpla su centenario, dentro de cuatro años.
Otra estupidez. Lástima que ya no puedan hacer oír su voz quienes, mucho
antes de Maradona y Pelé, encandilaron a las multitudes con la magia de su
fútbol.
Los viejos hinchas, sin desconocer los méritos del argentino y el brasileño,
jamás olvidarán a monstruos del fútbol como los argentinos Stabile, Moreno;
los uruguayos Nasazzi, Piendibeni, Scarone, el brasileño Leónidas, el inglés
Stanley Mathews, el español Ricardo "El Divino"; Zamora, etc, etc, quienes
desde sus tumbas deben mirar a Blatter como un árbitro incapaz que les ha
cobrado un penal injusto.
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