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Domingo 12 de julio del 2009
DOS AMIGOS CHAPACOS
Por
Hernán Maldonado
Hace un año murió mi amigo Mario Lema Prieto. Me dolió muchísimo saberlo. Era tan sencillo y modesto que quizás hasta dejó dicho que nadie supiera que se había muerto. Me cuentan que se indispuso repentinamente y, confiado, no quizo que lo internaran en una clínica. Cuando lo hicieron era demasiado tarde. Fue el 23 de julio.
Lo conocí en el gélido Corocoro en 1960 cuando hice mi servicio militar. Flamante egresado, casado con Martita, ya era padre de Marito. Subteniente y soldado raso iniciamos casi de inmediato una bonita amistad, sin sospechar que se extendería por casi medio siglo.
Como no lo veía desde hace más de 30 años, hace cuatro resolví visitarlo en su Tarija natal, donde más lo conocían por "Tisnao" Lema, porque heredó el apodo de su padre, don Julio Lema Trigo. Pasamos lindas horas, junto con su hermano menor Juan Carlos y sus respectivas familias. Conversamos como si ayer nomás hubiéramos dejado de vernos.
Campechano y sencillote, me explicó las razones por las que pasó del Ejército a la Fuerza Naval, de la que se retiró como Capitán de Navío. "Tisnao" era un rosario de anécdotas capaz de llenar un pequeño libro. Nos escuchaba su heroica Martita, porque hay que ser esposa con mayúsculas para haber seguido a Mario por toda la geografía boliviana cargada de cinco hijos.
Como militar no era precisamente el que se hacía obedecer a los gritos, pero cuando daba una orden no había cómo discutirla. Ya me imagino aquella mañana de fines de 1979 en Riberalta cuando como comandante de la guarnición aplacó al populacho que buscaba linchar al jefe de la policía, el teniente coronel Arrauz Novillo.
El carabinero se había emborrachado lo suficiente como para sacar a las seis de la mañana a los presos bajo su comandancia, colocarles un botella en las cabezas y comenzar a disparar a lo Guillermo Tell. El abuso desató la furia de la población. El policía fue sacado de Riberalta y en lugar de enjuiciarlo, lo premiaron con otro cargo. Años después Mario se encontró en La Paz con un joven que le dijo: "Soy hijo del coronel Arrauz Novillo y quiero agradecerle por haberle salvado la vida".
Esa la recompensa que recibió y le bastaba. No era de los que pregonaba lo que hacia porque como buen cristiano seguía el consejo de Jesús: "Que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha..." Ahora me consuelo convencido de que está gozando de la promesa divina: "El que cree en mi, aunque muera, vivirá". (Juan 11, 25).
Y Juan Carlos me sorprende estos días con un libro de su firma: "Sangre y fuego en el Chaco". Como su hermano Mario, él también alcanzó el grado de Capitán de Navío y tras un brillante paso por la Fuerza Naval donde le dio un rostro pujante a la Unidad Operativa de Servicios de Transnaval, como su comandante, se ha dedicado a la investigación histórica.
Fruto de esos esfuerzos es el libro que es una cabal síntesis del doloroso y costoso conflicto. No hay juicios de valor ni se señalan responsabilidades, sólo hechos, respaldados con mapas y excelentes fotografías, algunas de ellas inéditas para mostrarnos el valor del boliviano para luchar, no sólo contra el enemigo, sino contra la geografía hostil, el hambre, la fatiga, la sed y el inclemente clima chaqueño.
En estos tiempos en que tantas dudas afloran en generales que se hacen colocar ponchos rojos sobre sus uniformes, Juan Carlos muestra su indeclinable fe en la institución que lo cobijó, al punto que dedica el libro "a mis Fuerzas Armadas, templo del patriotismo, símbolo de la unidad nacional y centinela de la patria..."

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