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Domingo 17 de abril del 2016
LOS OPOSITORES TARIFADOS
Por
Hernán Maldonado
Uno de los mayores "éxitos" de los socialistas del siglo XXI ha sido mantener una oposición tarifada, es decir un pequeño ejército de quintacolumnistas en Cuba y Venezuela, principalmente. El castrismo sembró esos infiltrados en todas las organizaciones de exiliados, por lo que su servicio de inteligencia sabía por adelantado lo que se proponían.
Y no solo se infiltraron entre la diáspora, sino hasta en la médula de gobiernos, como el de Estados Unidos (caso de los cinco espías encarcelados y después liberados), llegando inclusive a penetrar el Pentágono con la espía Ana Belén Montes, condenada el 2002 a 25 años de prisión.
Quizás el caso más odioso de los últimos años es el de Juan Pablo Roque. Llegó como refugiado, se incorporó a organizaciones opositoras al régimen como el más furibundo anticastrista, para después volver a Cuba y orquestar el derribo de dos avionetas de los Hermanos al Rescate, que facilitaban el exilio a los cubanos que escapaban de la tiranía en precarias balsas.
Cuando a principios de los 2000 comenzaba el éxodo venezolano, conocí en Miami a un capitán de la Guardia Nacional, que supuestamente organizaba cuadros para derrocar militarmente al régimen de Hugo Chávez. Hasta se fotografió con exiliados en los pantanos de los Everglades portando armas. Después desapareció hasta el día de hoy.
Chávez simuló ruptura con su colega del golpe del 4F-1992, Francisco Arias Cárdenas, quien se presentó como adversario suyo en los comicios presidenciales del 2000. Fue un "duro" adversario de Chávez (lo llamaba gallina). En los sucesos del 11 de abril del 2002, apareció en RCTV para aplaudir el derrocamiento de Chávez, al que llamó "asesino sanguinario".
El "opositor" Arias Cárdenas, no era sino un bufón del propio Chávez encargado de dividir a la oposición electoralmente, porque pasados los luctuosos sucesos de ese abril, el "señor gallina" y "asesino sanguinario" le abrió los brazos, le nombró en altos cargos gubernamentales, hasta el día de hoy.
Otro fue Didalco Bolívar, ex gobernador de Aragua, chavista fanático que de pronto apareció como "opositor" y se autoexilio en Perú. Su triste papel fue infiltrarse entre el grueso de los exiliados venezolanos y servir de sapo (delator). Cumplido su papel regresó a Venezuela a retomar los favores de Chávez.
William Ojeda era un chavista convencido. En una visita a La Habana se paró en una calle a pontificar sobre la libertad. Se apartó del chavismo y se convirtió en un caudillo de la populosa barriada de Petare. Fundó su propia organización y despotricaba contra su mentor. De la noche a la mañana retomó su antigua militancia y de diputado opositor apareció como recalcitrante chavista.
Ricardo Sánchez, una joven promesa universitaria, fue elegido como diputado suplente nada menos que de María Corina Machado, la valiente diputada elegida con más de 200.000 votos en Chacao, municipio caraqueño. Cuando María Corina fue desaforada, Sánchez apareció como chavista. Era un infiltrado en lo más puro de la oposición venezolana.
A Sánchez podría atribuírsele su escasa experiencia, pero ¿qué decir del constitucionalista Herman Escarra? El obeso abogado era invitado infaltable en programas de TV donde convocaba a la calle al pueblo para derrocar a Chávez, esgrimiendo sólidas razones legales. Hoy es el consejero jurídico del régimen de Nicolás Maduro y del alto mando militar. Acaba de proponer el recorte del periodo de la Asamblea Nacional a solo 60 días.
Cuando muchos se preguntan por qué no prosperan planes opositores para derrocar a la inepta dictadura chavista, una de las respuestas es porque están infiltrados por el G2 cubano, considerado hasta por agentes de la CIA como uno de los mejores servicios de inteligencia y contrainteligencia en el mundo. Así de simple.
El triste papel de los tartufos entre los opositores venezolanos y cubanos es sembrar el miedo, la desconfianza, la desmoralización. Por 17 años han tenido éxito. Lamentablemente.
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