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Miércoles 7 de julio de 1999


LOS VENDEDORES DE ILUSIONES

Por Hernán Maldonado


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Miami - En mi último viaje al país tomé un autobús de La Paz a Cochabamba y en el trayecto desde la hoyada hasta El Alto, que dura tanto como el recorrido de Viacha hasta Patacamaya, se subió un joven armado de una caja que antes sirvió de envoltorio a unos zapatos.

"Señoras y caballeros", empezó su respetuoso saludo para recordarnos luego que iniciabamos un largo viaje. Nos invitó a relajarnos lanzándose con una tira de cuentos, para algunos de los cuales pidió a los padres que taparan las orejitas de los niños.

Cuando las carcajadas se hicieron más sonoras, el hombre dijo: "Señoras y caballeros, para que su viaje sea más placentero, ahora pasaré a obsequiarles a cada uno de ustedes un paquetito de chocolates. No les estoy vendiendo", subrayó. Y distribuyó todo el contenido de la caja de zapatos.

Cuando concluyó, tomó otra vez la palabra. "Señoras y caballeros. Yo me gano la vida honradamente. Mi otra opción sería dedicarme a robar", dijo estudiadamente. "Los chocolates que les he entregado son un obsequio, como les dije al comienzo, pero volveré a pasar ahora por si ustedes también me quieren obsequiar algo", dijo dirigiéndose a la parte posterior del autobús.

Desde allí, como para convencer a los últimos indecisos, se disparó así: "Yo no soy un vendedor de ilusiones. Yo no me paro en una plaza pública para vender pomaditas para curar el hígado, jarabes para el cáncer o pociones contra la infidelidad... Yo no vivo del engaño..."

Cuando llegábamos a El Alto, el hombre había acabado su faena. En la caja se veía algunos chocolates devueltos, pero había una suma que duplicaba cuando menos la inversión. Creo que a la gente le gustó su honestidad.

"No soy un vendedor de ilusiones". La frase me dejó pensando. ¿Cuántos ya he visto en estos 44 años de periodismo? ¿A cuántos he escuchado?

Creo que al primero que vi fue al ex canciller movimientista José Fellman Velarde cuando en los peores momentos de la crisis económica del periodo 1952-56, ante 8,000 mineros malpagados les dijo en el Teatro al Aire Libre: "Les pido unos meses de paciencia. Si dentro de un año no mejora la situación, cuélguenme del primer farol que encuentren".

Ahora a unas horas de la triste y vergonzosa eliminación de Bolivia de la Copa América, recuerdo otra vez aquella frase. Me apena que no escarmentemos. Que sigamos siendo engañados por los vendedores de ilusiones. Por los que todavía se hacen las Américas a costa nuestra.

No hace ni 10 días que el argentino Héctor "Bambino" Veira nos vendía el cuento de que el equipo que llevaba a Paraguay estaba "para luchar por el título...". Una derrota, dos empates. Un solo gol en 270 minutos de fútbol, le enrostran la mentira.

Desde que fue contratado puse en duda su capacidad para dirigir a nuestra selección. Los magros resultados de la gira por Centroamérica y Estados Unidos reafirmaron mi creencia de que había que echarlo y entregar el equipo a un nacional y ahorranos la friolera de un sueldo de 1,000 dólares diarios trabaje o no trabaje.

Pese a mi convencimiento de que íbamos derechito al fracaso, me había propuesto no escribir más sobre nuestra selección y sobre Veira hasta que acabara la Copa América, pero la demagogia rampante del "Bambino" y la afirmación de mi hijo Mauricio de que no "tengo derecho a quitarle las ilusiones a mis compatriotas" me obligaron a escribir la nota de la semana pasada previa a la inauguración del torneo.

Hoy, cuando velamos otro fracaso, Mauricio está compungido. Rabioso. No quiere discutir o analizar los partidos. Creía en los triunfos, creía en que por lo menos conservaríamos el subcampeonato. No le cabe en la cabeza que no le hayamos podido ganar ni a Japón.

Y creo que, como él, miles de miles creyeron en el cuento de Veira.

Y así, como a Veira, les creemos una y otra vez las mentiras y la demagogia a nuestros políticos. Nos comimos el cuento de la creación de los 500,000 empleos que nos ofreció Gonzalo Sánchez de Lozada y nos tragamos los cuentos del actual gobierno de sacar a Bolivia del circuito coca-cocaína, de eliminar la corrupción, etc, etc.

Claro, ahora vendrán las explicaciones y justificaciones del fracaso en Paraguay. Me vienen a la memoria esos compañeros en la Universidad que se aplazaban por no haber estudiado, pero que le echaban la culpa de su fracaso a la mala suerte

Respecto a los otros cuentos ya hay justificaciones, como las que nos adelantó la semana pasada el presidente Hugo Bánzer: "¿Cómo quieren que desaparezca la corrupción en Bolivia de la noche a la mañana, si la Iglesia todavía no ha podido erradicar el pecado en 2,000 años...?"

Como nada parecido nos dijo cuando era candidato, se supone que ahora lo que nos pide es que nos armemos de la paciencia de Job.

Lamentablemente, mientras haya compradores de ilusiones siempre habrá vendedores de ilusiones.

¿Es o no es verdad?, preguntaría mi amigo el padre José Gramunt SJ.