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¡PROHIBIDO ESCRIBIR...!Por
Hernán Maldonado
Todavía no había comenzado la masacre en las calles de La Paz, pero por
anticipado supe que los golpistas estaban dispuestos a todo. Lo único que
querían era que funcionara Radio Illimani, por donde transmitian sus mensajes
justificativos del más nefasto de los madrugonazos en la historia boliviana.
Un oficial de la fuerza naval, en cuyo uniforme se leía su apellido:
Doria Medina, metralleta en mano se me acercó y me dijo que estaba
terminantemente prohibido enviar despachos al exterior y que desde ese
momento quedaba cerrado el centro de prensa. Puso la culata de su arma sobre
el teclado y me ordenó "hacerme gas".
Informé de la situación a mi jefe inmediato en la United Press
International en Nueva York, ese gran periodista y amigo, Enrique Durand,
quien me dijo telefónicamente: "Quédense en el hotel. Lo importante es que
salven sus vidas. No quiero que corran el más mínimo riesgo".
Se refería al corresponsal en La Paz, Alberto Zuazo Nathes, y su
co-corresponsal Irving Alcaraz y a mi, que había viajado ex profesamente a la
cobertura de esa conferencia desde Caracas. Pero era difícil quedarse de
brazos cruzados mientras los golpistas ametrallaban desde sus tanques y sus
aviones a los civiles en La Paz.
Alberto Zuazo descubrió que desde el teletipo de Ultima Hora, en la
avenida Camacho, podíamos seguir enviando nuestros despachos al exterior. Y
así, arriesgando nuestras vidas, mantuvimos al mundo informado de lo que
ocurría. Los diarios estaban clausurados, así que entrábamos a las oficinas
del periódico por la puerta del garaje.
El militar a cargo de la represión a la prensa se anotició del hecho,
volvió a la carga y en una emboscada que pudo ser fatal nos encaró otra vez
cuando ingresábamos a las oficinas de Ultima Hora. Cortante, como habría sido
el disparo de su metralleta, exclamó: "Dije que está prohibido escribir, así
que piérdanse y es la última advertencia..."
Mi oficina en Nueva York no espero más y me ordenó que saliera de La Paz
en el primer avión. Me reemplazó, viajando desde Santiago de Chile, Charlie
Padilla. Ocurrió tres días antes de que Natush fuera depuesto debido a la
repulsa nacional e internacional.
"Prohibido escribir...", no fue la primera vez que lo escuché.
Ocurrió un año antes en el Mundial de Fútbol, en la subsede de Mendoza, Argentina,
cuando unos policías me montaron en un Ford Falcón tras sacarme de mi hotel
ante mi atónito compañero de cuarto, un fotógrafo americano. Desconociendo el
idioma para comunicarle lo que estaba ocurriendo, lo único que atiné a
decirle fue que mis extraños acompañantes eran policías.
Mi delito fue haber entrado al centro de prensa sin mi acreditación, que
la había dejado olvidada en mi cuarto. El barullo fue fenomenal. Cuando horas
después regresé al hotel, en la puerta me esperaba preocupadísimo el jefe del
grupo periodístico de UPI en Mendoza, Peter Van Bennekom.
Me contó que cuando a mi compañero de habitación le dije que mis
acompañantes eran policías, éste simuló acostarse para una siesta, pero bajó
tras nosotros y vio que me montaban en un vehículo sin placas, a la usanza de
esa época en que desaparecían así por así nomás las personas en Argentina.
Peter me abrazó como a un hijo al que daba por muerto y me dijo: "Hasta
el presidente de la UPI (Stevenson) está interviniendo y si no aparecias en
media hora más íbamos a despertar a todo el Departamento de Estado".
No pude conciliar el sueño. Repasé todo lo ocurrido, que a simple vista
me parecía una soberana estupidez y un exceso de celo policial. Cuando los
agentes me autorizaron volver al hotel, uno de ellos me había preguntado:
¿Cómo regresará? Caminando, le respondí. "Recuerde que usted ha venido al
Mundial a escribir de fútbol y sólo de fútbol", me dijo. Tácitamente me
prohibió escribir de otras cosas.
En los últimos dos días recordé éstas anécdotas entre otras muchas
análogas en que me he encontrado a lo largo de mi vida profesional, luego de
que Tierra Lejana, sitio en el Internet en el que expongo mis ideas, fue
expulsada del ciberespacio por la compañia proveedora del servicio.
Según deduzco del informe de esa compañia, todo se debió a mi articulo de
la semana anterior (La defensa de nuestro folclore) que supuestamente
afectaba intereses de terceros. La compañía restituyó Tierra Lejana en menos
de 24 horas. Sin embargo, creo yo que de alguna manera se melló la sacrosanta
libertad de prensa, piedra angular de la democracia estadounidense.
Las aguas aparentemente vuelven a su cauce normal con una comprobación
trascendental: las muestras de solidaridad con Tierra Lejana fueron
abrumadoras. Provinieron de muchas partes del mundo. De compatriotas que
apenas conozco por e-mails, de viejos y nuevos amigos. Inclusive de Andy Na,
ese talentoso compañero que nos provee desde Seúl el espacio para el Foro, y
que se ofreció generosamente a albergarnos en su página si se nos mantenía
clausurados.
Particularmente conmovedores fueron los respaldos del Dr. Jaime Molina
(Houston), de Carmina Alvarado Van Bergerem (Alemania), de Erika Vargas y
Jose Luis Kushner (Argentina), de los brillantes abogados Victor Hugo y Febe
Tejerina Velásquez (Brasil), de Gonzalo Andrade (Washington DC), de Rodolfo
Chavez Salmón (Seattle), Max A. Zarate (Berkeley, California), Christian
Inchauste (México), de Mario Lema Prieto (Bolivia) y Paúl Barón (Venezuela).
Gracias a todos ustedes es que nunca aquí, ni en ninguna parte, estará
"prohibido escribir".
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