Lunes 24 de diciembre del 2001
LOS DOLARES DEL BIEN Y EL MAL
Por
Hernán Maldonado
Johnny Fernández ha hecho estos días lo mejor que sabe hacer: repartir juguetes a los niños pobres "comprándose", de paso, el voto de sus padres porque, ni duda cabe, el ex alcalde de Santa Cruz está ya con la mira puesta en las elecciones presidenciales bolivianas de junio próximo.
Cuando vivía Max Fernández, su padre, hacia lo mismo desparramando sus dólares en obras de bien social que fueron las bases en las que edificó su partido prebendalista Unión Cívica Solidaridad (UCS). Don Max repartió no sólo a los niños pobres, sino a políticos venales y sinvergüenzas que vieron en la versión vernacular del Rey Midas la posibilidad de hacerse también con unos cuantos dólares.
En medio de las angustias eternas con las que la pobreza castiga a millones de bolivianos, Don Max se hizo querer y sus posibilidades políticas crecían como la espumita antes que un inesperado accidente aéreo acabara con la vida del Rey de la Cerveza.
Cuando ello ocurrió el hijo mayor de la dinastía, Johnny, no tenía aún la edad para aspirar a la presidencia pero si para convertirse en el heredero de la fortuna del magnate y de su legado político. Fresco todavía el recuerdo de Don Max, UCS ganó las elecciones municipales y el Concejo lo convirtió en el alcalde de Santa Cruz, la ciudad más próspera de Bolivia.
Llegó al cargo con el voto decisivo de Guido Nayar, de Acción Democrática Nacionalista, el mismo que meses antes había renunciado como ministro de Gobierno de Hugo Banzer pidiendo un "cambio de timón" porque le parecía que el corrupto gobierno del general de tumbo en tumbo con el infame "Caso Diodato".
Como alcalde Johnny Fernández más estuvo de vacación que en funciones, aparentemente para atender mejor sus negocios cerveceros, que por cierto andaban por mal camino hasta que la multinacional Quilmes de Argentina compró la mayoría de las acciones. Al joven burgomaestre nada parecía quitarle el sueño. Disfrazado de un primoroso arlequín, parecía inagotable en los entusiastas y coloridos carnavales cruceños.
En una ciudad en la que campea la pobreza, el joven alcalde adquirió y se paseaba en su Ferrari amarillo de 300.000 dólares. Se dio también un tiempito para ir a Disney World y gritar a su regreso que había "comprobado" que funcionaba su visa a Estados Unidos, algo de la que no podían jactarse por entonces altos dirigentes del Movimiento de Izquierda Revolucionaria por sus lazos con el narcotráfico.
Fernández no mostraba el mismo entusiasmo para exhibir sus realizaciones al frente de la alcaldía de Santa Cruz ante cuya Comisión de Etica del Concejo Municipal debió encarar tres procesos por corrupción, de las que se salvó gracias a votos como los del pontífice del "cambio de timón".
La irresponsabilidad administrativa fue tal que el Fondo de Garantías de la alcaldía se quedó en cero y hasta ahora el ministerio de Hacienda no reconoce las letras de cambio que gira la comuna para el pago de obras, lo que redunda en que las empresas han dejado de cumplir sus contratos dejando a la deriva la pavimentación de calles, avenidas, el traslado de la terminal de autobuses y las deficiencias de infraestructura, y servicios en escuelas y hospitales.
El daño no se circunscribe allí, sino que el joven Fernández, con la abierta complicidad del oficialismo, desde hace tres años desobedece el fallo de la Corte Suprema de Justicia que le ordena pagar alrededor de 10 millones de dólares por impuestos al fisco.
En los últimos meses, cuando las aguas le llegaban al cuello, Fernández había decidido tomarse un "permiso temporal" y cedió su puesto a Gina Méndez. Pero todo apuntaba a que el hombre no volvería al cargo. Lo que todo el mundo esperaba ocurrió el pasado fin de semana cuando Johnny renunció como alcalde y el habitual contubernio ADN-UCS eligió a su hermano Roberto para reemplazarlo, mientras Johnny alista su candidatura presidencial.
Roberto, en el acto de posición, derramó unas lagrimas, pero aparentemente no de emoción sino por el pesado fardo que le pone el hermano en los hombros. Supuestamente fue sincero en su actitud, como en sus palabras, cuando dijo: "echaré a todos lo vividores". De paso prometió luchar contra la corrupción, ese flagelo que no se lo deja precisamente un marciano.
|