Martes 06 de febrero del 2001
EL FRUTO DE LA CORRUPCION
Por
Hernán Maldonado
No es ningún secreto la grave crisis económica por la que atraviesan millones de bolivianos desde hace muchísimo tiempo. Pero aun en las horas más negras del país a la solidaridad jamás se la enterró en el fondo de los corazones.
Por eso asombra ahora esa especie de indiferencia ante la tragedia que vive Bolivia a raíz de las persistentes lluvias que han anegado gran parte del territorio nacional, paradójicamente mientras en un buen retazo del departamento de Cochabamba, el ¨granero de Bolivia”, la sequía ha sentado sus reales.
Hasta el pasado fin de semana los damnificados sumaban 150.000 personas. La situación en Viacha, a 25 kilómetros de La Paz, se hizo insostenible. Venezuela envió un avión con suministros y a las 48 horas debió llegar otro porque sencillamente los alimentos de emergencia, las vituallas, frazadas y camas fueron insuficientes.
El gobierno dispuso la erogación de 70 millones de dólares para enfrentar la situación. Una suma que cada vez se hace más ridícula ante el tamaño de la tragedia. Paralelamente nuestras autoridades, alcaldes incluidos, han estirado la mano a los países vecinos para que nos colaboren. 20 días de intensas lluvias y sólo los venezolanos llegaron.
En estas últimas tres semanas miles de hombres, mujeres, niños, de todas las edades, están durmiendo a la intemperie, alimentándose precariamente, sin ningún apoyo médico organizado. Da pavor pensar como pasan sus noches los damnificados, especialmente aquellos del altiplano boliviano donde es normal que al final del día bajen las temperaturas casi al punto de congelación. Las fotos en los periódicos son desgarradoras.
Se han perdido vidas y haciendas y no hay quien se aventure a dar una cifra de lo que representan las pérdidas en esta calamidad anual que, como siempre, encuentra a nuestras autoridades en la Luna de Paíta. O es que todavía hay algún cínico que diga que los desbordes, las riadas, los derrumbes y las inundaciones “nos sorprendieron” .
El descomunal tragedia coincide con la insólita visita del embajador del Japón al presidente Hugo Bánzer Suárez. Obviamente a los japoneses no debes causarles gracia que millones de dólares de su generosa ayuda vayan a terminar en el bolsillo de los facinerosos. En los últimos tiempos se perdieron centenares de turriles con asfalto, no hay culpables en el desvalijamiento de equipos pesados y se han perdido sin dejar rastro costosos repuestos para esos equipos.
Pero esta cadena de robos, latrocinios, malversaciones, desvío de fondos, etc, etc, no sería tan grave si los culpables estuvieran purgando sus culpas y de alguna manera el Estado se resarciera de los daños y perjuicios. Lo grave es que se sembró el descreimiento y de ahí esa especie de indiferencia. Los primeros intentos por recaudar fondos fracasaron estrepitosamente. Ahora la Iglesia Católica, con su credibilidad indemne, busca revivir la solidaridad de los bolivianos con la ayuda de varios medios de comunicación.
Cuando el terremoto de Aiquile y Totora miles de bolivianos se movilizaron en el exterior, hicieron colectas, enviaron equipos, ropa, medicinas, alimentos, vituallas. Después se supo que esas ayudas apenas si llegaron a sus destinatarios, que los fondos recaudados fueron malversados, que más de un pillo se los metió al bolsillo, etc, etc.
Por eso es que ahora nadie mueve un dedo. Más aún, ni siquiera campañas que eran comunes entre los bolivianos en Estados Unidos para comprar una ambulancia, o para llevar equipos escolares a pueblos apartados, tienen éxito. Los pillos nos han robado también la fe Este el peor fruto de la corrupción en Bolivia.
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