Agosto de 1997
El "Caballero Templario" cobra actualidad tras el
hallazgo del cadáver del Ché Guevara
Por
Hernán Maldonado
Especial para la Agencia de Noticias Fides
MIAMI, - El enorme eco que produjo en el ambito mundial el hallazgo de los restos de Ernesto Ché Guevara, y su posterior envío a Cuba, reabrió súbitamente el interés internacional por saber de sus andanzas que culminaron con su muerte y desde hace un mes no pasa un día en que no aparezca en algún diario, en radio o telenoticiero alguna información relacionada con el guerrillero.
Coincidencia o no, también contribuye a ese interés la salida al mercado del grueso libro biográfico que escribió el periodista estadounidense Jon Lee Anderson. Y lógicamente cobra actualidad toda la literatura acerca del personaje, como lo prueban los índices de venta de Guerrero en las Sombras, escrita por el ex agente de la CIA, Félix Rodríguez, supuestamente el último hombre en haberse fotografiado con el Ché vivo en las afueras de la escuelita de La Higuera.
Lo mismo puede decirse del libro editado e
n Miami y que salió a la venta a principios de este año del "Caballero Templario", la biografía del cubano Julio Gabriel Salvador García García, otro ex agente de la CIA, escrito por su viuda, la salvadoreña Haydee Vives-López de García.
Esta última obra adolece de una estructura orgánica y su pecado original es que no tiene un testimonio directo de Julio García, quien nunca escribió acerca de la misión que cumplió en Bolivia y de ninguna otra.
Pero García repitió miles de veces varias anécdotas que ahora su viuda recoge de memoria. Lo más interesante hubiera sido saber la conversación que durante dos horas mantuvo García con el Ché. La viuda cree que por su sensibilidad, su esposo se abstuvo de rebelarle los detalles y que el único que conoce de esa charla es el médico Armando J. Cruz, íntimo amigo de García.
Sin embargo el libro cuenta con material fotográfico de primera, atribuido al propio García. Impresionan imágenes del Ché atado a un costado del helicóptero que lo transportó a Vallegrande; el traslado en un mulo del cadáver desde el aeropuerto al hospital Señor de Malta; las manos cortadas y embadurnadas en tinta colocadas sobre un periódico Presencia; la foto en la que los médicos le abren la boca para tomarle las placas dentarias; la mochila del Ché antes de abrirla y después, con ese monton de medicinas contra el asma; uno de los tres fusiles Mauser (número 08269) que el presidente René Barrientos obsequió a García, etc.
También se destacan las credenciales que le entregaron el ministro del Interior de entonces, Antonio Arguedas Mendieta, y el jefe del Departamento I de Inteligencia del Estado Mayor General del Ejército, coronel Federico Arana Serrudo, para que García pudiera moverse en Bolivia como Pedro por su casa, inclusive portando armas...
La viuda pareciera que se decidió a escribir la biografía de su marido, porque el hombre que le dedicó 22 años de su vida a la CIA, apenas es mencionado en otros libros relacionados con el Ché, lo que ella cree es una tremenda injusticia teniendo en cuenta que García era el hombre que trabajó al más alto nivel en Bolivia en labor de inteligencia, mientras que Gustavo Villoldo Sampera y su radioperador Félix Rodríguez, estaban asignados al comando militar.
Quizás la mujer debió sentir más injusticia al saber que gente como Rodríguez hizo con su labor literaria una pequeña fortuna, en tanto que García, el niño mimado de la CIA, murió en la indigencia, al punto que sus ex camaradas de aventura en Bolivia, como Villoldo Sampera y el propio Rodríguez, realizaron colectas para los gastos funerarios, dado que, como recuerda la viuda, "yo no tenía ni para un cafecito" .
Del libro se desprende que García, pese a estar en estrecho contacto con Barrientos (quien supuestamente era su hermano masón) nunca supo que los militares iban a ejecutar al Ché.
Fue el primero en ver el Diario del guerrillero. Junto con Fred Gibert Cuni fotografió las páginas, excepto cinco de ellas que las arrancó y se las guardó. En ellas el Ché había anotado los nombres y las direcciones de sus camaradas de Argentina, Brasil, Chile, Perú y Paraguay. García voló a Lima donde se reunieron jefes policiales de esos países a los que entregó las listas y se dispuso que en un mismo día y a la misma hora todos serían capturados simultáneamente.
Poco antes había tomado las huellas digitales del Ché, inclusive inyectándoles agua a la yema de los dedos, porque el cadáver estaba virtualmente seco. (Entre sus múltiples profesiones tenía la de dactilocopista). Para que se corroborara que era el Ché, él mismo le cortó las manos. Más tarde trabajarían en esas manos los expertos argentinos convocados por el gobierno boliviano. Antes de volar a Lima hizo entrega del cadáver a Villoldo Sampera.
Más adelante, García involucró al ministro del Interior, Antonio Arguedas, para que el diario del Ché y sus manos fuesen enviadas a Cuba. Cuando Arguedas informó de esa intención a Barrientos, supuestamente éste le respondio: "Has lo que quieras".
?Pero porqué García quería que esas pruebas llegaran a Cuba? Supuestamente su deseo (o las instrucciones que recibió) era que, como anteriormente tantas veces se informó de la muerte del Ché, se habría dudado de la versión del gobierno boliviano. La viuda lo explica así: "Julio sabía que ahora que Guevara estaba muerto era necesario que Fidel publicara a los cuatro vientos que su socio había pasado a mejor vida..."
"Fidel se tragó el anzuelo e hizo exactamente lo que Julio sabía que iba a hacer. Informó al mundo que él, Fidel, tenía las manos y el diario del Ché", puntualiza.
El gran triunfo de García fue también su derrota, admite la viuda. Cuando dejó la CIA nadie se acordó de él y pese a doctorados y un sin fin de especialidades académicas, producto de una vida dedicada al estudio, no pudo encontrar un trabajo estable. Mientras tanto su salud se deterioraba paulatinamente debido a una diabetes galopante, que inclusive en los últimos años de su vida le costó la amputación de sus dos piernas.
Además, como en tres oportunidades intentaton secuestrarlo agentes cubanos, tenía que vivir poco menos que en la clandestinidad. Paradójicamente su gran victoria se convirtió en su gran desgracia, repite Haydee Vives-López de García, quien dedica amorosamente el grueso del libro a la biografía del hombre al que califica de Caballero Templario.
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