Miércoles 4 de octubre del 2000
NO PREGUNTEN POR QUIEN DOBLAN LAS CAMPANAS
Por
Hernán Maldonado
Felipe Quispe, "El Mallku"
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No habían pasado ni seis meses de la asunción del general Hugo Bánzer
Suárez y un agudo observador de la realidad boliviana, hondamente
decepcionado por la ineptitud y mediocridad de los nuevos gobernantes, me
dijo: Si estuviéramos viviendo en otros tiempos, estaría completamente seguro
que hay una o más conspiraciones en marcha.
Obviamente no había ninguna conspiración en marcha. A lo más el ex
presidente Gonzalo Sanchez de Lozada, dolido por la derrota de su candidato
en los comicios del 97, cuando le preguntaron que haría como jefe de la
oposición ante el nuevo gobierno, dijo concluyente: ¡joder!
Pero no necesitó ni abrir la boca. El régimen de Banzer por gravitación
propia se fue hundiendo solo. Sin ningún plan de gobierno, sin mentes claras
en sus equipos políticos, con ministros grises y corruptos y con aliados
desleales y chupasangres, el régimen caminó derechito al desastre.
Si la debacle únicamente hubiera afectado a un anciano incapaz,
enternecido por un amor otoñal, y a unos cuantos de sus hombres malhechores,
el caso no habría sido tan desesperante. La realidad es que todos ellos son
el gobierno, la suma del ejecutivo político del país y en su fracaso, como en
el tango, nos arrastraron cuesta abajo.
Ministros ladrones, contrabandistas, corruptos; parlamentarios
estafadores y la desgraciada parentela delincuencial fueron y son aún el
referente impune para una sociedad cansada de no ver sus problemas resueltos,
sus necesidades satisfechas, su hambre controlada.
Ninguna política de Estado, con excepción de la erradicación cocalera
impuesta desde Washington, tuvo un horizonte claro y definido y ante el
desbande de la otrora poderosa COB, como interlocutor válido en casos de
conflictos sociales, emergieron caudillejos al calor de reivindicaciones de
las más variadas especies.
Y empezaron a hacerse notar. Abril fue el aldabonazo con la locura
desencadenada en Cochabamba por un comité elegido por nadie y que el gobierno
sin brújula y sin compás le reconoció representatividad en su afán de apagar
el incendio con gasolina.
Ya para esa época era evidente que el desgobierno banzerista ni
siquiera se daba el trabajo de leer los periódicos y sus páginas de opinión.
Si sus hombres lo hubieran hecho, habrían visto lo que un médico ve en el
termómetro luego de metérselo bajo la lengua a un paciente con vómitos y
diarrea graves.
Los únicos que se frotaban las manos ante ese cuadro político
desesperante eran los movimientistas al ver que en las estadísticas de la
tendencia del voto su líder, Sánchez de Lozada, marchaba al frente, aunque
faltan todavía dos años para los comicios presidenciales.
En ninguna de esas estadísticas figuraba, empero, el volumen del
descontento general. Ni siquiera, oficialistas y oposición, se dieron por
enterados cuando en los últimos meses miles de bolivianos, desafiando el frío
del cruel invierno paceño, amanecían en largas colas ante consulados
extranjeros en busca de una visa.
No parecía decirles nada a estos políticos insensibles y satisfechos,
que jóvenes profesionales, principalmente, habieran decidido afrontar los
riesgos de un exilio económico incierto. Irse del país parecía ser la
consigna, la protesta muda y amarga ante el despelote.
Recordé aquél barco cuando abandonaba hace algunos años el puerto de
Montevideo, con cientos de jovenes uruguayos exiliados. Se alzaron los brazos
para un último adiós y después por la borda en un lienzo blanco humedecido
por las lágrimas, el mensaje lapidario: "El último que apague la luz".
Y ahora llega el desastre en la forma de un monstruo de varias
cabezas, en ninguna de las cuales hay nada claro sobre lo que se quiere que
sea el país. Es sólo reivindicacionista, no tiene contenido ideológico, no
hay lucha por principios y su brutal descenlace está alimentado por la bronca
que el país tiene de este gobierno de flojos, incapaces e inmorales.
Si no fuera así, el gobierno podría imponer su autoridad. Pero se ha
llegado al extremo de que quien tolera y admite el delito entre sus hombres,
mal puede exigirle cumplimiento de la ley a otros. Por eso es que el régimen ha
perdido respeto, por eso cede ante las demandas, inclusive ante aquella que
tiene que ver con el ejercicio de la soberania.
A tres semanas del comienzo del conflicto no se vislumbra ningún
arreglo de fondo y duradero. La dialéctica de los puños, las balas y las
pedradas está por encima de toda solución a largo plazo, porque el conflicto
no es político, es de los estómagos vacios, de la rabia ante una clase
política inepta.
Porque obviamente no tiene ni pies ni cabeza la propuesta del líder
campesino Felipe "El Mallcu" Quispe de dividir el país entre los "taras" y
los "kharas", idea que chabaconamente se ha copiado nuestro ilustre embajador
ante la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y
la Cultura, Jaime Paz Zamora, el todopoderoso jerarca del MIR, que ya ha
dividido el país entre los "culitos blancos" y los que no lo son.
En el fondo, lo que el país político no parece darse cuenta es que el
país nacional le ha pasado la factura, por tanto la solución tiene que ser
política y no militar.
Y de todo este desastre que significan tres semanas de paralización,
con su secuela de muertos y heridos y de graves pérdidas a la economía
nacional, lo que tiene que salir, además, es una derrotero que señale cuál es
el camino a seguir. Es lo menos que se puede esperar.
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