Domingo 13 de julio del 2003
LOS "AHIJADOS" Y LOS "PADRINOS"
Por
Hernán Maldonado
La capacidad de asombro de los bolivianos no tiene límites. Cuando los grandes "cacaos" del MIR fueron hallados con las manos en la masa, por más que estuvieron en la cárcel, insistieron en que estaban allí por haber cometido "errores, pero no delitos".
Los miristas, capaces de hacer aparecer redondo lo que a todas luces es cuadrado e inefables inventores de frases demagógicas, aparentemente han hallado aprovechados discípulos.
No otra cosa significa que el ministro de la Presidencia, Guillermo Justiniano, diga que su colega de Defensa, Freddy Teodovich, incurrió sólo en una "controversia legal" al haber autorizado que soldados de nuestras fuerzas armadas trabajaran como peones de una hacienda de la ex mujer del canciller mirista Carlos Saavedra, en Santa Cruz.
El vicepresidente Carlos Mesa y la zarima contra la corrupción Lupe Cajías, quizás sacando de lo profundo de sus almas su vocación periodística, determinaron con claridad que Teodovich violó la Constitución Política del Estado.
En un gobierno que se respete, Teodovich tendría que haber sido puesto patitas en la calle. Pero eso no ocurre en el país. El hombre en lugar de pedir disculpas o demostrar arrepentimiento por el acto ilegal, sale desafiante a proclamar el supuesto apoyo que tiene en las Fuerzas Armadas y del Presidente de la República.
Se repiten los vicios del gobierno anterior cuando los subordinados del también ministro de Defensa, Fernando Kieffer, "alquilaban" soldaditos para cargar cerro arriba sacos de cemento para la constructora de la carretera Cotapata-Santa Bárbara.
En aquella época, esa y otras barrabasadas de Kieffer fueron pasadas por alto por el presidente Hugo Bánzer Suárez. Y es que en Bolivia parece nomás cierto eso de que "sólo el que tiene padrino se bautiza".
Ahijados y padrinos políticos tienen al país en el estado en que está, con la corrupción galopante. Y a la corrupción se le une el descaro, el cinismo.
A propósito, recuerdo hoy lo que me impresionó en enero del 2001 el caso del ex secretario de Defensa del Japón, Yojiro Nakajima. Acusado de haber recibido un soborno de cinco millones de yenes (44.000 dólares) para favorecer en un contrato a la Fugi Heavy Industries, fue sentenciado a dos años de cárcel.
A Nakajima, un ex periodista y líder en ascenso dentro del Partido Democrático Liberal japonés no le aterró pasar 24 meses a la sombra, sino el peso de su conciencia, la vergüenza. Nunca más podría despojarse del estigma de corrupto. Nakajima no tenía padrinos sino "sangre en la cara". Prefirió suicidarse.
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