Los dientes de oro

bomaher
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Los dientes de oro

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Los dientes de oro

Por Hernán Maldonado (*)

Me paré en la puerta principal de la Catedral de La Paz tras haber escuchado una misa de difuntos. Duró solo 20 minutos. El sacerdote parecía estar apurado.

Me quedé allí y pronto descubrí el apuro del cura. Aquél mediodía celebraría un matrimonio de familias de la nueva burguesía boliviana.

Los invitados a la boda, más o menos un centenar, se agolpaban en las puertas y las escalinatas, mientras media docena de fotógrafos profesionales hacían posar a gil y mil.

Me llama la atención que en ese centenar no hay mujeres de vestido y menos en pantalones. Los hombres visten de negro o azul, encorbatados (en la mayoría se nota que es la primera vez que la usan) y con camisas blancas de estreno. Unas pocas parejas tienen la compañía de niños.

Cerca mío hay un coro de hermosas cholitas. Trato de conversar con ellas. Se muestran esquivas y se ríen, tratando de taparse las bocas.

Entonces veo que casi todas tienen los dientes con coronas de oro. Enormes aretes colgantes. (Felizmente, me digo, porque en La Paz no hay la delincuencia como en otros lares).

Obviamente se las pusieron para “hermosearse” porque no creo que las necesitaran. Un gran negocio para dentistas. ¿Es legal? Lo interpreto como una automutilación.

Esa costumbre la vi en La Paz desde que tengo uso de razón. Muy rara vez en gentes de la clase media y más arriba. Parecía que era más propio de los carniceros y algunas fruteras.

El oro nunca ha sido barato, de manera que su exhibición dental era un signo de solvencia económica.

Hoy, como vi esa mañana de hace un año exactamente, sigue siendo así. Mucho más ahora entre esa burguesía chola (no se me ofendan, solo trato de ser objetivo) dueña de miles de inmuebles de La Paz y El Alto.

Si. De esa burguesía que ha hecho una industria del contrabando, propietaria del transporte urbano, interprovincial, interdepartamental, de los camioneros que trasladan árboles talados, de los areneros, vehículos que cuestan cada uno por encima de los 100.000 dólares.

Esa burguesía que también buscó y consiguió el poder, con el mismo empeño que lo buscó y consiguió la otra burguesía, ahora decadente y en retirada o refugiada en el oriente. ¿O no es verdad que tras el poder económico está el poder político?

Mis pensamientos aquella mañana se interrumpen abruptamente con la llegada de la novia en una enorme limousina blanca. Su retraso era la causa del alboroto que impacientaba al señor cura.

“No, no, no”, dice una señora, que parece ser la única de vestido, que actúa como dama de ceremonia a quienes pretendían arrojar mixtura a la novia. “A la salida, a la salida. Y no mixtura, sino arroz…”, recomendaba.

Me retiro pausadamente de la Plaza Murillo tomando la calle Socabaya hacia la Potosi en busca de movilidad para Miraflores. Retrocedo hace 70 años cuando vi por primera vez en mi vida el matrimonio de unos cholitos, ahijados de mis padres, en El Alto. Mi madre le hizo a la joven el traje de novia. Blusa y pollerita. Nada de cola. El novio impecable en un terno azul, corbata roja y camisa blanca. ¡Ah! Eso sí, los botines de goma, que usaban los basquetbolistas y que también se llamaban keeds (por la marca).

La fiesta se realizó en el amplio patio de la casa de “mediasaguas”. La banda tocaba una diana a la llegada de los invitados, que cargaban regalos o cajas de cerveza. La verdadera fiesta, reemplazando al cuchicheo general, comenzó cuando la magia de la bebida alegró los corazones. No hubo limousina. Los novios salieron de la iglesia en un taxi y los invitados fueron trasladados en colectivos de la línea 2. Obvio. Eran otros tiempos.

(*) Hernán Maldonado es periodista. Ex UPI, EFE, dpa, CNN, El Nuevo Herald. Por 43 años fue corresponsal de ANF de Bolivia.

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