Las dictaduras terminan cuando se restaura la democracia sin impunidad
Por Carlos Sánchez Berzaín (*)
El año 2021 comienza marcado por la confrontación de dos Américas, la democrática y la dictatorial. El castrochavismo intenta una acción de “gatopardismo”, simulando la transformación de sus regímenes dictatoriales con acuerdos y falsas transiciones para mantenerse como actores políticos con impunidad. La cuestión de fondo es que las dictaduras terminan solo cuando se restauran los elementos esenciales de la democracia y no se otorga garantía de impunidad.
El siglo XXI que se esperaba sea el de la democracia plena en la región con el retorno de Cuba a la libertad, se convirtió en todo lo contrario por la acción de Hugo Chávez que el año 1999 salvó la agonizante dictadura de Fidel Castro, reorganizando y reactivando la agresión contra la democracia. El castrismo se convirtió en castrochavismo.
El castrochavismo ha venido preparando el escenario para mantenerse detentando el poder a cambio de concesiones que simulen democracia. El concepto de “gatopardismo” describe en política la maniobra de “cambiar todo para que las cosas sigan igual”, o “efecto Lampedusa”, “lampedusiano” que se refiere a “reformas cosméticas de distracción o engaño”. Esto equivale a mantener la dictadura y la impunidad bajo el manto de acuerdos de los que la historia ya tiene precedentes funestos como la salida del gobierno pero no del poder del sandinismo en Nicaragua 1990.
La crisis de los regímenes castrochavistas los ha llevado a implementar la “separación aparente” con la que pretenden presentar a las dictaduras de Cuba, Venezuela, Nicaragua y Bolivia como procesos separados, no conectados e incluso diferentes, cuando en verdad son regímenes establecidos bajo el mismo modelo de “dictadura electoralista” en la que el ciudadano vota pero no elije, con persecución política judicializada, oposiciones funcionales, presos y exiliados, inexistencia de división e independencia de poderes, suplantación del estado de derecho por constituciones manipuladas y “leyes infames” que violan los derechos humanos, falta de libertad de prensa, crimen organizado detentando el poder, narcoestados y mas.
Simularon que las dictaduras son democracia en Venezuela hasta hace poco que los hechos fueron irresistibles, cuando en verdad instalaron la dictadura muy temprano con Chávez al cambiar el orden republicano por su sistema bolivariano. Lo hicieron en Nicaragua cuando Ortega retomó el poder liquidando la democracia a cambio de impunidad. Sucedió en Bolivia cuando en base al golpe de estado suplantaron constitución y la República por un ente plurinacional con falsificaciones y crímenes. Aconteció en Ecuador con el mismo mecanismo de manipulación de asambleas y reiteradas votaciones, e incluso lo intentan en Cuba mostrando que la gente vota.
Las dictaduras de Cuba y Venezuela están al borde del abismo y su terminación libera sus satélites de Bolivia, Nicaragua, cesa el control de los gobiernos de Argentina y México y la termina la agresión y conspiración contra las democracias. No existe la posibilidad de que -como en 1999- aparezca otro Chávez que salve la tiranía; las relaciones con Rusia, China e Irak no alcanzan para sostenerlos y la apuesta por un cambio en la política exterior de los Estados Unidos es un albur.
Una condición para que las dictaduras simulen democracia y normalización es la existencia de “oposición funcional” que les da legitimidad, como sucede en Bolivia, donde luego que el pueblo logró la renuncia del dictador Evo Morales en noviembre de 2019, lograron mantener la dictadura intacta sosteniendo su estructura jurídica y con un fraude colosal operaron el retorno del dictador y su grupo delictivo, con plena impunidad para los miembros del régimen y los funcionales.
Sin embargo hay diferencias de la situación actual con el pasado: 1.- está probada la ocupación de Cuba en Venezuela y su intervención en Nicaragua y Bolivia; 2.- la cúpula de la dictadura de Venezuela está procesada en el marco de la Convención de Palermo contra la delincuencia organizada trasnacional en tribunales judiciales, con recompensas de 10 a 15 millones de dólares por la captura de cada uno de los criminales buscados cuya lista encabeza Nicolás Maduro; 3.- está probada su condición de narcoestados con operaciones en curso de fuerzas multinacionales; 4.- está clara la agresión del castrochavismo a las democracias de las Américas reproduciendo las décadas en que el castrismo ensangrentó la región.
Las dictaduras terminan solo cuando se restaura la democracia con sus elementos esenciales y esto supone la extinción del “sistema jurídico dictatorial” no su reconocimiento ni acomodo que permita impunidad.
(*) Carlos Sánchez Berzaín es abogado constitucionalista, politólogo, 5 veces ministro de Estado en Bolivia y actual Director Ejecutivo del Interamerican Institute for Democracy.