Enrique J.L. Durand (QEPD)
Por Hernán Maldonado
El periodismo latinoamericano perdió hoy a uno de sus más insignes representantes: Murió Enrique J.L. Durand, por muchos años jefe del departamento en español de la United Press International (UPI).
Nos conocimos en los años 70 a miles de kilómetros de distancia. El, en sus oficinas de Nueva York, y yo en la corresponsalía en Caracas, Venezuela. Recién pude estrecharle la mano en 1980, cuando fui trasladado a la sede de UPI.
En esos años mi madre me reprochaba por mi afición al cigarrillo. “No fumes tanto, pareces locomotora”, decía. Ella no conocía a Enrique. Prendía un cigarrillo con la colilla de otro. Dejó el vicio repentinamente una tarde de 1984.
Cuando a mediados de los 80 UPI-New York trasladó sus oficinas a Washington DC, nos hicimos más amigos y a veces, él vivía en Manassas, me llevaba de vuelta a casa en Dale City, Virginia, en su auto, que quedaba a su paso.
Nos envolvíamos en largas charlas, algo poco menos que imposible en el tráfago de la oficina y eso me permitió conocerlo muy a fondo. Aprendí a admirarlo. Me encantaba su sencillez de norteargentino, muy diferente al porteño.
Poco después dejó UPI, tras décadas, para convertirse en alto funcionario de prensa de la OEA y le perdí el paso porque yo me vine a Miami a The Miami Herald. Nos reencontramos el 2000 en CNN, cuando era jefe de informaciones y yo había sido contratado a la sección online, recién fundada. Reanudamos la amistad.
Fue en esos años en que una famosa revista de periodismo estadounidense publicó un infundio sobre las causas de su salida de UPI. Tras las averiguaciones correspondientes, la revista se retractó. Enrique pudo haber cobrado una gran indemnización por daños y perjuicios, pero solo se conformó con que quedara limpio su nombre.
Ya retirado de CNN, Enrique dedicó gran parte de su tiempo a formar nuevas generaciones de periodistas en seminarios a los que era invitado en varios países de América y España. Oficio también de consultor editorial.
Lo que yo admiraba era su talento para la escritura fina, de alto vuelo. Decía muchas cosas sin decirlas. Ahí estaban su habilidad, su elegancia.
Como jefe que era, pudo en innumerables ocasiones autonombrarse jefe de los equipos que UPI enviaba a campeonatos mundiales, conferencias internacionales, olimpiadas, etc. Jamás lo hizo. Así como disponía de “enviados especiales”, el era un caballero “quedado especial”.
Y cuidaba de nosotros con esmero y total consideración. Recuerdo que en 1979 en La Paz, tras la Conferencia de la OEA, se produjo el sangriento golpe de Estado del coronel Alberto Natusch Busch. Los corresponsales vivíamos a salto de mata y los militares nos amenazaban cuando descubrían el local desde donde seguíamos informando al mundo.
Alberto Zuazo Nathes, corresponsal de UPI en La Paz, y yo, recibimos desde Nueva York un mensaje de Enrique: “Esta NO ES una recomendación. Es una orden. No salgan de sus hoteles”. (No le hicimos caso, esa vez, pero a mi Enrique me sacó de La Paz devolviéndome a mi sede en Caracas y nombró en mi reemplazo a Charlie Padilla (+) de la oficina de Santiago.
¡Cómo no voy a llorar, querido Enrique hoy! Qué el buen Dios te haga ver la luz de su rostro. Descansa en paz.