Venezuela: ¿Justicia o venganza?
Por Hernán Maldonado.
El 2007 el empresario venezolano Guido Antonini Wilson fue descubierto en el aeropuerto Jorge Newbery de Buenos Aires con una valija conteniendo 799.000 dólares, supuestamente enviados por el dictador Hugo Chávez, destinados a financiar parte de la campaña de Cristina Kirchner.
El escándalo fue mayúsculo. Cilia Flores (esposa del dictador Nicolás Maduro) era la presidente del parlamento venezolano. La periodista Beatriz Adrián le preguntó: ¿Cuándo se investigará lo del maletín de Antonini?
“Nunca, Beatriz, nunca”, fue la respuesta de Flores. Y así fue. Antonini Wilson jamás compareció ante un juez. Cuando las autoridades argentinas pidieron su extradición, el testaferro de Chávez se hizo informante del FBI y se quedó en Miami.
El ex ministro de Planificación de Chávez, Jorge Giordani, calcula que durante el gobierno de militarote éste y sus apandillados se embolsillaron alrededor de 300.000 millones de dólares…
Pero estos crímenes económicos son poca cosa en relación a la grosera violación de los derechos humanos en la era chavista, que dura ya 25 años.
A Chávez jamás le tembló la mano para pisotear, apalear o balear a sus enemigos políticos. Fue inhumano lo que le hizo a la jueza Lourdes Afiuni, por haber liberado a un banquero, quién estaba preso por órdenes de Chávez.
Sin respetar la independencia judicial, micrófono en mano, el déspota ordenó: “Me la encarcelan ¡YA!”. Afiuni no solo fue encarcelada, sino apaleada, violada y obligada a abortar en los años que estuvo presa..
En sus años de gobierno armó y organizó sus “colectivos” bandas de delincuentes parapoliciales dedicados a dispersar a palo y bala manifestaciones opositoras. “Me les echan gas del bueno”, ordenaba eufórico en la plaza pública.
Cual asaltante despiadado expropió propiedades particulares. Por ejemplo, sus huestes se apropiaron de una hacienda del ex gobernador de Caracas, Diego Arria. La floreciente finca fue diezmada por la turba chavista. Los “revolucionarios chavistas” se comieron el ganado fino, etc. etc.
Los venezolanos no olvidan a Franklin Brito, de 49 años, a quien Chávez ordenó se le despojara de su hacienda de casi 3 kilómetros cuadrados. Brito luchó judicialmente para que se le devolviera su propiedad, avasallada por vecinos chavistas. Inútil fue su huelga de hambre. Murió de inanición el 31 de agosto del 2010. Hoy ese predio está abandonado.
Muerto Chávez, su heredero Nicolás Maduro fue más brutal. El ex policía Oscar Pérez encabezó un pequeño grupo rebelde, descubierto el 19 de enero del 2018 en una casa de El Junquito, cerca a Caracas. Pérez y sus 6 compañeros se rindieron ante la movilización de un millar de soldados y policías chavistas.
Fue una rendición inútil. Los genízaros de Maduro derribaron la casa hasta con misiles y a los ocupantes agonizantes los acabaron con un tiro en sus cabezas. Jamás permitieron autopsias y negaron a sus familiares el derecho a sepultarlos.
En las manifestaciones opositoras del 2014 y del 2018 los matones chavistas asesinaron a decenas de ciudadanos en las calles de Caracas, Maracay, Mérida, Valencia y San Cristóbal, principalmente.
No hubo piedad ni con el general Raúl Isaías Baduel, ex ministro de la Defensa de Chávez y artífice para que éste recuperara el poder tras los sucesos de abril del 2002. Encarcelado como disidente del chavismo murió por falta de atención médica.
Son desgarradores los testimonios de cientos de presos que han estado o están en las mazmorras del Helicoide, la principal cárcel para presos políticos en Venezuela. Las denuncias, compiladas por organismos defensores de los DD.HH. duermen el sueño de los justos en la Corte Penal Internacional (CPI) desde hace más de una década.
El 2018 el abogado Fernando Alban no pudo aguantar las torturas a las que era sometido en un edificio del Servicio de Inteligencia y se lanzó al vacío desde un quinto piso.
Más grave fue el caso del capitán de fragata Rafael Acosta Arévalo. En agosto del 2019 fue llevado ante un juez militar pese a mostrarse recientemente torturado. Lo único que alcanzó a decir fue: ¡Auxilio! El juez ordenó que se lo recluyera en el hospital militar, donde falleció esa misma tarde.
Estos son apenas pocos casos de miles de graves abusos contra los DD.HH. perpetrados por la dictadura castrochavista ante la pasividad de la comunidad internacional y el aparente “no-me-importismo”, de la CPI.
El dolor de los sobrevivientes es tan grande como sus deseos de que los culpables de estos enormes atropellos sean juzgados, pero tampoco faltan quienes aspiran a hacerles pagar a sus verdugos por todo el daño, el dolor o perjuicio que experimentaron.
Ojalá que los verdugos hayan visto lo ocurrido a principios de mes en Siria cuando en cuestión de días se derrumbó la dinastía familiar de 50 años de Bashar al-Assad, poniéndose al descubierto atroces violaciones a los DD.HH. en Sednaya, la oprobiosa cárcel de la tiranía.
Como muchos de los torturadores y esbirros no pudieron escapar como Al-Assad, fueron cazados como ratas, paseados por las calles a palos y escupitajos antes de ser colgados de grúas, entre ellos el mismísimo Suleiman Hilal al-Assad, primo del dictador fugitivo…
Amanecerá y veremos.
(Foto de Franklin Brito, antes y después)