Tierra Lejana-- Página de Hernán Maldonado




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Martes 20 de febrero del 2001


EL HOMBRE TRAICIONADO

Por Hernán Maldonado


Tomás Molina Céspedes un día se preguntó si Oscar Unzaga de la Vega se suicidó o lo mataron y con la devoción de porfiado investigador, con una mente formada en el Derecho y con la agilidad de su pluma periodística se puso a recoger los testimonios de las personas que se vieron involucradas directa o indirectamente en el drama de ese aciago domingo del 19 de abril de 1959.

Producto de esos afanes, 40 años después de lo ocurrido en la casa 188 de la calle Larecaja de La Paz, Molina Céspedes nos entregó un libro (Unzaga ¿Homicidio o suicidio?) en el que recoge esos testimonios y con la minuciosidad de un orfebre arma las piezas para dejar establecido al final de que se trató de un suicidio, en estricta sujeción a la lógica de los hechos.

Muy pocas veces en Bolivia la muerte de un jefe político desató tanta controversia. Todavía ahora hay gente convencida de que el líder de la Falange Socialista Boliviana fue asesinado. Esta teoría es alentada por Enrique Achá Alvarez, uno de los sobrevivientes de la tragedia y autor del libro “Unzaga mártir de América”.

Si uno se atiene a los informes de expertos en criminalística, bolivianos y extranjeros, que tomaron parte en las investigaciones y de ese ejército de médicos, penalistas, criminólogos, planimetristas, dactiloscopistas, expertos en balística, etc, etc, todo lo que afirma Achá Alvarez no tiene ningún asidero.

El mérito del libro de Molina Céspedes es la compilación de los testimonios de los involucrados, los hechos concomitantes, las declaraciones pertinentes y las pruebas aportadas que establecen claramente que Unzaga de la Vega se pegó un tiro en la sien derecha; que su lugarteniente René Gallardo lo remató con un disparo en sentido contrario y que, luego, el propio Gallardo se suicidó.

Los que creen que Unzaga no podía haber atentado contra sí mismo recuerdan que el jefe falangista, aunque de profunda religiosidad, era de armas tomar y que jamás se doblegaba a la adversidad. Más de una vez se enfrentó a sus captores pistola en mano. Lo que no se quiere recordar es que Unzaga en numerosos escritos dejó patente su vocación suicida.

Walter Vázquez Michel, en aquellos años uno de sus hombres de mayor confianza, recuerda que una ocasión en que el líder y sus acompañantes desenfundaron sus revólveres y pistolas para enfrentarse a los policías que los buscaban y cuando contaban sus municiones, Unzaga le confió que tenía cinco cartuchos y que el último lo reservaría para sí.

En su Canto a la Juventud (que ganó un premio literario 9 años antes) Unzaga escribió: “Capitán del navío de tu hazaña/ en la hora del naufragio, ¡que se salven los otros!/mas tú, debes hundirte con tus sueños…”

Pero ocurrió que ese 19 de abril, ni los otros se salvaron. Lo más granado de su plana mayor murió como él se los había pedido, fusil al hombro en lo que fue el más grande esfuerzo de Unzaga por capturar el poder y desde allí iniciar, en sus palabras, “una campaña nacional contra la pobreza”, consigna que 40 años después se apoderó el actual gobierno de Bánzer Suárez sin resultados a la vista.

El testimonial libro de Molina Céspedes esclarece sistemáticamente el hecho más trágico de la década del 50. Sin embargo en sus primeros capítulos adolece de una miopía histórica para juzgar imparcialmente al gobierno del presidente Gualberto Villarroel. Respetados historiadores citados por el autor, incurren también en errores crasos y alguno cree que la lealtad de Gallardo para con su jefe es única en la historia del país, pasando por alto las muertes heroicas del secretario Luis Uría de la Oliva y el edecán Waldo Ballivián, que se negaron a abandonar al presidente Villarroel y que, como él, fueron colgados por la turbamulta de un poste del alumbrado público el 21 de julio de 1946.

Dado que era vox populi, excepto para Achá Alvarez y los más recalcitrantes falangistas, que Unzaga se suicidó y fue rematado por Gallardo, quizás lo que hubiera complementado mejor el libro es buscar las razones que llevaron a Unzaga a tomar tan trágica determinación.

Durante largos 7 años el místico y asceta líder vivió a salto de mata, en confinamientos, cárceles, destierros. Siempre en la clandestinidad. Conspirando. Un golpe fallido no lo afectaba convencido como estaba de su “energía moral”.

Por eso escribió a su amigo Dick Oblitas Velarde: “Esa convicción es la que ha dado perspectiva moral a mi vida. Es lo que me da una secreta energía para vivir, para afrontar la adversidad, para no decaer jamás en mis propósitos ni flaquear en mis convicciones. Eso te da la paz en el espíritu y evita volverte un escéptico, un decepcionado, un amargado, las peores formas del espíritu humano”.

¿Por qué entonces un hombre que pensaba así decide suicidarse? Como en otras ocasiones ese 19 de abril pudo haberse enfrentado a sus adversarios y morir heroicamente. Según los testimonios recogidos, Unzaga incluso desconocía en detalles el fracaso del alzamiento y no tenía muchos elementos de juicio sobre la suerte corrida por su plana mayor en el asalto al cuartel Sucre. (Todos habían sido ya fusilados a esa hora).

Es más, Unzaga todavía esperaba que anocheciera para enviar a Achá Alvarez para que pidiera al Director de Policías, Julián Guzmán Gamboa, que cumpliera con su palabra de amotinar a sus hombres. En eso se produjo el allanamiento al inmueble que le servía de escondijo y poco después el suicidio-homicidio-suicidio.

En última instancia el jefe falangista no habría podido escapar al asco que le produjo la traición de hombres que horas antes nomás le habían jurado lealtad, de militares que dijeron que le respaldarían en su empresa. Unzaga de la Vega no pudo aguantar más la mentira, el engaño, las falsas promesas, la doblez y la hipocresía.





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