Tierra Lejana-- Página de Hernán Maldonado




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Miércoles 17 de mayo del 2000


EL OPTIMISMO OFICIAL

Por Hernán Maldonado


Aquella mañana del 4 de noviembre de 1964, cuando el presidente Víctor Paz Estenssoro salía del palacio de gobierno los reporteros le preguntaron si era evidente que estaba en marcha un levantamiento militar. El mandatario lo negó.

Con las manos en los bolsillos de su abrigo, luciendo más sereno que nervioso, el presidente dijo que salía a dar aliento a sus milicianos quienes se habían apostado en el cerro de Laikakota y en otros puntos de la ciudad para resistir cualquier intento contra su gobierno.

Subió a su vehículo, pero no se dirigió a Miraflores, sino al aeropuerto donde lo esperaba un avión con los motores encendidos para llevarlo a su exilio en Lima.

Si Paz Estenssoro, antes de irse, hubiera dicho la verdad, muchas vidas se habrían salvado aquel día. Quizás sus milicianos habrían levantado los brazos sin combatir. La fuerza aérea no habría ametrallado ni bombardeado Laikakota.

¿Tiene derecho un presidente a mentirle a su país? Esta es una pregunta de difícil respuesta. La principal excusa es que un presidente, justamente por su alta investidura, no debe llevar al desánimo, el desaliento ni sembrar el pesimismo entre sus conciudadanos.

Muy de acuerdo. El problema es cuando de la mentira se hace política de Estado hasta que la realidad hace que aquella estalle en pedazos con peores consecuencias.

El propio Paz Estenssoro, en otras circunstancias, optó por la verdad. "El país se nos muere", dijo en 1985. Enseguida logró poner en pie la economía nacional al precio altísimo del hambre y la desocupación que todavía se arrastra en Bolivia como una enfermedad incurable.

Desde entonces, con muy pocas variables, los que le han sucedido en el cargo nos pintan panoramas idílicos, son padres de hermosas frases, son constructores de felicidades inexistentes y el país parece estar cada vez peor que antes y no porque lo diga la prensa, sino las estadísticas puras y frías que hablan de un crecimiento económico que jamás ha llegado ni siquiera a un mínimo razonable del 7 por ciento.

"Bolivia en positivo" es la consigna del actual gobierno y a través de ella quiere mostrarnos un país con escuelas bien dotadas, con maestros bien pagados, con un pujante sector empresarial privado, con unas fuerzas armadas y policiales bien equipadas; con un poder legislativo ejemplar, un poder judicial eficiente; una inexistente inseguridad ciudadana, un poder ejecutivo con ministros probos y capaces, etc, etc. Fantasía pura y simple.

Quizás por esto, porque sus aúlicos lo han convencido y él ni siquiera se toma la molestia de leer los periódicos, ni escuchar radio ni ver TV, el presidente Hugo Bánzer Suárez la vez que tiene un micrófono a mano nos promete un paraíso que sólo está en su imaginación.

Con motivo de convocar al Diálogo Nacional II, nos aseguró la semana pasada que para el 2002, cuando terminará su periodo, se habrá acabado la pobreza en el país. Es decir, que hará buena su principal promesa electoral: ¡Guerra contra la pobreza!

Si Bánzer más que presidente fuera un estadista, sabría que no puede hacer este tipo de alegres aseveraciones, pero las hace con alevosía. Expresa la misma irresponsabilidad con la que accedió al poder sin tener ni siquiera un programa de gobierno.

Y como desde el principio no sabía sobre qué bases gobernar, convocó al Diálogo Nacional I para que las fuerzas vivas de la nación le dijeran qué hacer. Ahora que los organismos internacionales se aprestan a condonar una colosal deuda con la condición de que esos 1,300 millones de dólares vayan a programas destinados a combatir la pobreza, el gobierno se da cuenta que jamás tuvo ningún plan para su cacareada "guerra contra la pobreza".

El régimen es tan huérfano de luces y de talento, que los busca (con el nuevo Diálogo) en el poder civil y religioso, pasando otra vez por encima del Parlamento Nacional, que por mandato constitucional es el organismo donde deben trazarse las grandes políticas nacionales, donde moros y cristianos deben consensuar acuerdos porque en cada uno de ellos está depositada la voluntad de la nación.

¿Es o no es verdad?, preguntaría mi amigo el padre José Gramunt de Moragas S.J.