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Miércoles 5 de enero del 2000


LAS SOBERANAS MENTIRAS

Por Hernán Maldonado


Miami - ¿Tiene un gobernante derecho a mentirle a su país? Nicolás Maquiavelo diría que sí. Para el florentino el que un político sea cruel, desleal o injusto no tenía relevancia siempre que consiguiera el éxito. No le importaba la moral del gobernante, le interesaba el fin, el poder político.

Se me ocurrió la pregunta luego de leer el mensaje de año nuevo del presidente Hugo Bánzer. En la mitad de su periodo nos habla de una guerra contra la pobreza que nunca comenzó, pese a que fue el pilar angular de su campaña como candidato.

Según Bánzer, "estamos llevando adelante un proceso inédito de reforma institucional para luchar estructuralmente contra la corrupción", lucha que es pura palabrería cuando se trata de echar de la administración pública a parientes suyos, como su yerno Alberto "Chito" Valle, confeso en el negocito que se conoce ya como el de la "chatarra prefectural".

Aseguró que desde que asumió el poder "se han erradicado 26,500 hectáreas de coca excedentaria", para lo que se supone es el mayor éxito de su gobierno: sacar a Bolivia del circuito coca-cocaína. Lo extraño es que 24 horas antes, el mismo gobierno informó que en 1999 Bolivia casi produjo la misma cantidad de cocaína y pasta básica que en 1998.

La próspera industria de la cocaína ¿habrá cambiado de fuentes de obtención de la materia prima? O será que en el Chapare está ocurriendo lo que nos dijo una vez el honorable Evo Morales: los productores erradican una hectárea y siembran dos y de paso cobran por la hectárea erradicada.

Bánzer nos habló optimista del mejoramiento de 1,138 kilómetros de caminos, justamente cuando las primeras lluvias del año han empezado a incomunicar al país por vía terrestre y sólo lo peor puede esperarse en el tramo de El Sillar en la carretera Cochabamba-Santa Cruz que sólo mereció remiendos tras el desastre del año pasado.

El presidente dijo también que había "llegado la hora de sumar esfuerzos" al convocar a todas las fuerzas del país a "imaginar nuevos mecanismos de cooperación" para encarar los desafíos del nuevo siglo.

Deberíamos creer que dejará de lado la mezquindad con la que juzgó al gobierno de su predecesor. Las reformas estructurales del Estado, quiérase o no, comenzaron en el cuatrienio 1993-1997 y su gobierno no ha hecho otra cosa que continuarlas, de muy mala gana por cierto.

El proceso de capitalización, el plan de reforma de pensiones, la participación popular, la descentralización, la reforma educativa, de la que ahora se ufana Bánzer ("Tenemos más centros educativos, se ha rebajado el número de niños que no pueden inscribirse, existen menos abandonos en el sistema de la educación primaria, se han cumplido 200 días de clases", etc. dijo) son medidas que empezaron a aplicarse desde el 93.

Cuando Bánzer era candidato, todas esas leyes fueron etiquetadas como "las leyes malditas" y se alborotó a los patrioteros con la cantaleta de que la capitalización y/o la privatización de empresas estatales significaba "vender el país a los extranjeros". El mismo prometió que al llegar al poder, lo primero que haría sería nacionalizar los ferrocarriles "regalados a capitalistas chilenos".

Ahora, ni un mes antes de su más reciente discurso, Bánzer privatizó la fundición de Vinto y las minas de Colquiri. Y un poquito antes culminó un proceso análogo con lo último que quedaba de YPFB, la refineria de Valle Hermoso.

O sea que el proceso de capitalización, la participación popular, la descentralización, la reforma educativa, judicial, etc. no eran moco de pavo. Para que se convenza tuvo que transcurrir la mitad de su periodo porque inclusive siendo presidente se burlaba de esas medidas. Antes de ir a la Cumbre Presidencial en Santiago, Bánzer respondió a Sánchez de Lozada: "Aquí no se sembró nada, dicha siembra fue una soberana mentira; si se sembró algo seguramente la semilla era muy mala, porque no ha germinado y no estamos cosechando nada".

Con la misma mezquindad rechazó el año pasado un diálogo nacional sobre lo que el país debía hacer, propuesto por el ex presidente, cuando las economías asiáticas comenzaban a derrumbarse, arrastrando en su caída a Brasil y amenazándonos seriamente.

Como consecuencia de ese desastre, principalmente, el crecimiento de nuestra economía, de un insuficiente 4 por ciento previsto, apenas alcanzó en 1999 el 0.8 por ciento y ahora es que recién Bánzer convoca a las fuerzas políticas, los actores sociales y los agentes económicos a olvidarnos de nuestras diferencias circunstanciales para estudiar cómo podemos "equipar al país para reinsertarlo en la nueva realidad global".

"Ha llegado la hora de sumar esfuerzos. Lo hicimos para consolidar la democracia, asegurar la estabilidad económica y reformar al país", dijo Bánzer.

Lástima que haya perdido dos años y medio en darse cuenta de esto. Peor aún cuando millones de bolivianos, a los que prometió sacarlos de la pobreza, rumian su hambre, maldicen la desocupación, protestan por el alza del costo vida, ven la pérdida del poder adquisitivo de su salario, no disponen de servicios públicos y observan a los corruptos pavonearse libremente en las calles. ¿O todo esto es una soberana mentira?.

En las elecciones municipales del mes pasado un 40 por ciento, pese a la obligatoriedad del voto, expresó su protesta por este estado de cosas absteniéndose de concurrir a las urnas. Difícil será impedir que el 2000 esa protesta se multiplique y se exteriorice en la plaza pública.