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Miércoles 31 de marzo de 1999


¿DEBE EXIGIRSE MAS A NUESTROS JUGADORES?

Por Hernán Maldonado


Miami – La Federación Boliviana de Fútbol decidió que no es aconsejable cambiar de caballo a mitad del río y le dio un espaldarazo al técnico argentino Héctor "Bambino" Veira para que continúe con la preparación del seleccionado que jugará la Copa América.

No hay marcha atrás. No se le descontará los días que no trabajó (13,000 dólares) cuando se fue a la Argentina dejando al equipo en Guatemala, porque no pudo entrar a Estados Unidos. Para los federativos estaba "dentro de lo previsto" los dos magros empates, la pírrica victoria y las tres derrotas en lo que va de la etapa de preparación.

El "Bambino" resolvió llamar a los "veteranos" para el torneo que empezará en menos de tres meses en Paraguay (y está por verse si se los darán los clubs a los que pertenecen) y también hizo caso a los dirigentes que le recomendaron no convocar a Tucho Antelo, por más que a éste lo hayan vuelto a premiar el viernes como el goleador de todos los tiempos en Bolivia.

Clarísimo como el agua. A Paraguay, con algunos lunares, Bolivia irá con el mismo rostro de 1994. Y como los dirigentes creen saber lo que hacen, ratificaron su oferta de un millón de dólares al Bambino si logra el título, por más que esos dirigentes no tienen de dónde sacar para pagar los 10 millones de pesos que le deben al tesoro general de la nación.

Lo que pasa – y hay que decirlo claramente – ni ellos mismos se lo creen que podríamos lograr el título. Podrían ofrecerle 100 millones con la seguridad de que no van a perder la apuesta.

Pero vamos al tema del título de esta nota.

¿Debemos exigirles más a nuestros muchachos?

Yo estoy convencido que sí.

Nuestro fútbol ha evolucionado por un conjunto de razones que quizás empiezan con los éxitos de la Academia Tahuichi y que terminan con la verdadera profesionalización.

Ahora los jugadores viven del fútbol, por el fútbol y para el fútbol. Y es lógico que técnica y profesionalmente nuestras selecciones sean mejores que las de antaño.

Antes teníamos también buenos futbolistas. Ugarte, Camacho, Alcócer, Escobar, Cobo. Ramírez, etc, etc. Lo que pasa que al frente también había monstruos del fútbol como Garrincha, Pelé, Didi, Vavá, en el caso de los brasileños o Labruna, Corbata, Rossi, Pedernera, Carrizo, entre los argentinos.

Y los nuestros eran semiprofesionales. El fútbol no daba para vivir. Era un ingreso subsidiario. Todavía recuerdo al gran Ramón Guillermo Santos detrás de una ventanilla del Banco Mercantil, al "Chino" Max Ramírez en su escritorio en el Banco de la Nación Argentina, o al "Pocho" Roberto Cainzo detrás del mostrador de su tienda en la calle Bueno.

Así también era para otros jugadores que debían trabajar de lunes a viernes en Yacimientos (Chaco), la Alcaldía (Municipal) o la Comibol (31 de Octubre) y quienes solían robarle tiempo al desayuno o al almuerzo para entrenarse.

Era habitual ver a esos jugadores no ir como ahora en cómodos autobuses, sino en colectivos de las líneas regulares a sus canchas de entrenamientos en la Said, la cancha Ferroviaria, del Mariscal Braun o trepar cerro arriba hasta el Calvario donde estaba la cancha del Litoral.

Y allí se entrenaban con un estoicismo ejemplar desafiando las frías madrugadas de La Paz, sin albergue alguno contra las lluvias y teniendo por vestuarios los costados de esas canchas. Ni el Obrero de Miraflores, llamado exageradamente estadio, disponía de mayores comodidades.

Ahora no. Nuestros futbolistas – y hay que felicitarse por ello – no podrian quejarse de disponer sólo del salario mínimo. Gozan de innumerables comodidades en cuanto a transporte, alimentación, apoyo técnico, logístico, etc, etc.

Por todo esto es que se les debe exigir más. Son profesionales y deben portarse como tales, y en el caso de nuestro país -- que les pone el hombro siempre, a pesar de sus angustias económicas – deben, ademas, poner un cuota extra de coraje.

Por más galardonados que estén en sus respectivos clubs del exterior, deben ser conscientes del peso que significa vestir la casaca nacional.

Máximo Alcócer, Víctor Agustín Ugarte, Wilfredo Camacho, Alberto Tórrez, Griseldo Cobo, quizás no eran tan técnicos como nuestros actuales astros, pero cuando vestían la verde dejaban la última gota de sudor en la cancha y su temple para luchar contra la adversidad era legendario.

Todavía recuerdo aquella memorable tarde montevideana de 1961. 80,000 gargantas uruguayas alentaban a su equipo para ganar el encuentro e ir al Mundial de Chile 62, tras el empate conseguido en La Paz, 1-1.

Esa maldición de aceptar los goles tempraneros hizo que en menos de 15 minutos estuvieramos abajo 2-0 en medio de un griterío ensordecedor de "Uruguay, Uruguay".

Cuando transcurrida la primera media hora no había llegado el tercer gol para que la derrota tuviera características de goleada, el público empezó a impacientarse, mientras nuestros muchachos en base a coraje y gallardía no sólo empezaron a jugar de igual a igual con los dueños de casa, sino que lo mantuvieron jaqueado.

Ese derroche de guapeza rindió sus frutos y cuando el 2-1 se hizo realidad, el público uruguayo coreaba estruendosamente: "Bolivia, Bolivia, Bolivia". A los 88 minutos un tiro de esquina de Tony Aguirre fue empalmado con un cabezazo por Camacho y el travesaño nos dijo no.

Cuando minutos después acabó el partido, el público se puso de pie para aplaudir al valor y al coraje, mientras los ganadores se iban con la cabeza baja.

Me había quedado profundamente impresionado. Mi jefe y maestro, don Julio Borrelli, siempre me decía: "Los periodistas nunca se emocionan". Esa recomendación llegaba a mi cerebro mientras trataba de contener las lágrimas.

Fue entonces cuando mi compañero en la tribuna de prensa, el gran Ulises Badano (Jefe de Deportes del diario El Día, a quien don Julio me había recomendado mientras durara mi estancia en Uruguay), me dijo:

-Vamonos botija (muchacho) que hay que escribir la crónica del partido...