Regreso al comienzo

Domingo, 8 de febrero de 1998

EL PAPA DEJO UNA SEMILLA
BIEN SEMBRADA EN CUBA

Por Hernán Maldonado
Especial para la Agencia de Noticias Fides


Miami - Los expertos en asuntos cubanos que abundan como hongos en este lado del estrecho de la Florida han coincidido en que deberá marcarse ineludiblemente un antes y un después, tras la visita del Papa Juan Pablo II, cuando en el futuro inmediato se escriba la moderna historia de Cuba.

Varios centenares de los 2.000 periodistas que cubrieron el viaje de Su Santidad a la isla retrasaron su salida y observaron cómo en varias de las iglesias de la capital, decenas de fieles asistieron hace dos días a las misas dominicales.

Es decir que el miedo a hacerse ver como católico, apostólico y romano, está pasando de moda en la isla comunista y esto, de por si, es uno de los logros más importantes de la visita del Papa Juan Pablo.

Hasta ayer nomás era poco menos que un grave delito acudir a las iglesias. No es que hubiera una ley expresa. Simplemente era, a los ojos del régimen castrista, algo no bien visto y que podía perjudicar al cristiano en sus relaciones de todos los días con el estado todopoderoso.

Por eso es que, sin haber desaparecido el amor a Dios en el pueblo cubano, las iglesias casi no tenían fieles.

Valga una anécdota. A mediados de 1982 La Habana fue la sede de los Juegos Deportivos Centroamericanos y del Caribe. Entre las docenas de periodistas nos encontramos con viejos amigos, como el corresponsal de la Agence France Presse, que venía procedente de Caracas y que era nadie más ni nadie menos que el socerdote jesuita Eduardo Pérez Iribarne, actual director de Radio Fides.

Como no podía ser de otra manera, el primer domingo de nuestra estadía Pérez Iribarne organizó un grupo para oir misa en la iglesia de la Compañía de Jesús a las 11 de la mañana. Por diferentes razones - y muy comprensibles teniendo en cuenta el arduo trabajo que significa la cobertura de unos Juegos al que asisten delegaciones de 28 países - a la hora convenida, de la docena de convocados, sólo nos presentamos Pérez Iribarne y yo.

Cuando entramos a la iglesia, vimos a un matrimonio de ancianos en toda la desierta hilera de bancos a nuestra izquierda. El sacerdote era un hombre joven y lo ayudaba alguien que a todas luces era una seminarista. Cinco filas delante de donde nos ubicamos Pérez Iribarne y yo, estaban tres personas. Dos mujeres que flanqueaban a un hombre, todos con el cabello canoso. A nuestras espaldas, en el último banco, se sentó un individuo joven. Obviamente era un policía. Más que sentado parecía echado por la disposición de sus piernas. No seguía la misa. Permaneció así de principio a fin. Casi gritaba con su silencio la misión que cumplía allí.

Poco antes del ofertorio, del trío delante nuestro, el hombre se desplomó parsimoniosamente. Las mujeres no pudieron evitar que se chorreara virtualmente y mucho menos cuando intentaron ponerlo en pie. Fue entonces que Pérez Iribarne y yo saltamos de nuestros lugares para colaborar con esas ancianas. La misa apenas se detuvo. La pareja a la izquierda de la nave agachó con disimulo sus cabezas mientras el hombre de la última fila se mantuvo imperturbable.

Vaya misa en La Habana!

Ahora todo será distinto. Juan Pablo II ha exhortado al pueblo cubano a no tener miedo, a tener fe, a tener esperanza. Y el que tiene fe, lo tiene todo.