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Jueves, 13 de agosto del 2020


EL PODER CONO UNA BRISA FUGAZ

Por Hernán Maldonado

A la entrada de uno de los salones del lujoso Hotel Bilmore de Miami vi a Carlos Andrés Pérez (CAP), expresidente de Venezuela, parado por largos minutos hasta que alguien lo reconoció y lo invitó a sentarse en lo que parecía el único sillón del atestado local.

El orador, que se hacía esperar, sería el presidente de México, Vicente Fox, asistente al Foro de las Américas organizado por The Miami Herald. Unos mariachis trataban de que la espera por Fox fuera menos engorrosa.

Cecilia Matos, la compañera de los últimos años de CAP, llegó atrasada. Lucía exageradamente enjoyada. Alguien le consiguió un lugar… entre los periodistas y fotógrafos.

Sentí enorme pena. Un hombre tan poderoso ayer nomás, ahora era un anciano urgido de una silla donde acomodar sus 79 años.

A CAP lo conocí personalmente en un encuentro social con corresponsales extranjeros pocos días después de ser elegido para reemplazar al democristiano Rafael Caldera.

A sus 52 años mostraba una energía desbordante, física e intelectualmente. Era un político de pies a cabeza. La frase que dijo y me impactó: …Y es que Venezuela necesita un presidente como yo. El Dr. Caldera es un hombre que no conoce la calle, que no toma, no fuma, no…

Como corresponsal de UPI en Caracas seguí de cerca la campaña electoral de CAP. Me impresionaba el derroche de fondos. El gobierno de Caldera fue bueno. Su mejor logro fue hacer que los remanentes guerrilleros castristas dejaran las montañas y cambiaran las balas por los votos..

Propuso como candidato de su partido a su ministro del Interior, Lorenzo Fernández, un hombre bonachón, menos político que Caldera, llamado a continuar con la pacificación.

Acción Democrática postuló a CAP, el hombre que había hecho gemir a los guerrilleros comunistas como ministro del Interior de Rómulo Betancourt. Mientras Fernández realizaba una campaña modorra, su rival aparecía como un hombre de palabra fácil, atlético, vigoroso. Era la lucha entre la manzana y el cuchillo. Se sabía quién ganaría.

El eslogan del impetuoso candidato adeco era: “Este hombre si camina, va de frente y da la cara”.

CAP era un político curtido en las lídes partidarias y en el debate parlamentario. Recorría todo el país encandilando a las multitudes. Los “alpargatudos” (militantes empobrecidos, pero fieles adecos desde los tiempos de Betancourt) tiraban sus ropas al piso para que CAP no mojara sus zapatos en días lluviosos.

Cuando llegó al poder el celoso anticomunista de ayer, lo primero que hizo fue restablecer relaciones con la Cuba de Fidel Castro. Político pragmático, no tuvo empacho en recibir y abrazarse en Puerto Ordaz con el dictador de Nicaragua, Anastasio “Tacho” Somoza.

Pero después fue uno de los artífices del derrocamiento de Somoza. Abiertamente otorgó dineros y armas a los sandinistas en Nicaragua. Sus más allegados pensaban (lo comentábamos los periodistas acreditados ante el Palacio de Miraflores) que le erigirían un monumento en Managua tras el triunfo de la Revolución Sandinista.

El caso es que el día de la gran celebración del triunfo sandinista ante miles de enfervorizados nicas, quien ocupó el sitial de honor fue Fidel Castro. A CAP le asignaron un puesto secundario.

Pero en Venezuela no disminuyó un ápice su popularidad. Mucho más desde que nacionalizó la rica industria petrolera. El país, de paso, vivió la cuadruplicación de los precios de exportación.

Una era de bienestar económico cubrió Venezuela, especialmente para las clases medias, porque el alpargatudo siguió siéndolo. Eran los años en que los venezolanos eran conocidos en Miami como “los dame-dos”. Todo les parecía muy barato.

Sobre los alpargatudos, recuerdo la vez fuimos a la inauguración de una central azucarera en Acarigua. Desde el aeropuerto, miles de ellos escoltaban nuestros autobuses.

El lugar estaba cercado por una malla extensa. Se habían colocado enormes carpas con asientos portátiles para unas 1.000 personas. CAP y funcionarios ocuparían una gran plataforma. Miles de hombres, mujeres y niños observaban detrás de la malla.

Por los altavoces nos invitaron a pasar a un galpón cercano. Nunca vi nada igual. Un centenar de mozos servían whisky en vasos de cartón de decenas de botellas que abrían aceleradamente. Los cajones de cerveza formaban una montaña.

Al volver a mi asiento, noté que enormes trozos de res estaban siendo asados verticalmente en lo que se llama “carne en vara”, para la pantagruélica recepción posterior.

Cuando llegó CAP la multitud pugnó por entrar para aclamarlo y fue contenida a duras penas por la guardia presidencial. La situación se ponía tensa. La ceremonia se acortó y CAP abrevió su discurso y antes del brindis de rigor, se apresuró hacia su helicóptero que se elevó en medio de una colosal polvareda.

En ese mismo instante la multitud echó un alarido monumental, derribó la malla y desde los cuatro costados invadió el lugar. Era increíble como cientos saqueban los trozos de carne humeantes o cargaban con cajas de whisky, cerveza, sillas, mesas, etc. Era el desborde de los alpargatudos que también tomaban “su parte” en la Venezuela “saudita” de esos días.

La corrupción alcanzó niveles nunca vistos. El presidente de AD, Gonzalo Barrios, dolorido, con profunda amargura, dijo: “En Venezuela se roba, porque no hay razones para no robar”. Pero la debacle también era moral. CAP, a mediados de su mandato, prohibió que periodistas lo acompañaran en sus viajes al exterior. Eso fue después que trascendió que en una gira a Arabia Saudita, la borrachera a bordo fue de tal tamaño que hasta las aeromozas fueron irrespetadas.

Pero CAP tampoco era un buen ejemplo porque era público y notorio que tenía relaciones extramatrimoniales.

El electorado se lo cobró en las elecciones siguientes. Su sucesor, Luis Herrera Campíns, apeló a una frase lapidaria: CAP ganó la presidencia prometiendo que administraría la abundancia con criterio de escasez, pero lo que hizo fue administrarla con escasez de criterio…

Parecía acabada la carrera política de CAP, pero no. Volvió en 1989, otra vez en hombros de multitudes. Fue, empero, por breve lapso porque se había acabado la Venezuela del “dame-dos”. Apresuraron su renuncia el “Caracazo”, a raíz del alza del precio de los combustibles, y el escándalo por unos recursos entregados sin aprobación del Congreso al gobierno nica de Violeta Chamorro.

Tras su renuncia acabó la vigencia política de CAP en Venezuela y terminó cuando debió salir al exilio perseguido por Hugo Chávez Frías.

Uno de los últimos servicios que prestó CAP a su país fue alertar a la ciudadanía de lo que se le venía si Chávez era elegido presidente. En entrevista en 1998 con Marcel Granier, dijo que con Chávez en la presidencia, el gobierno caería en manos de una banda de delincuentes que hundiría a Venezuela en la tragedia.

Avizoró que la corrupción sería colosal, que el Poder Judicial se prostituiría, que se acabaría la libertad de expresión, que no se toleraría el disenso, que se llenarían las cárceles con políticos y que se agudizarían terriblemente los problemas económicos del país.

No vivió para comprobar cuánta razón le asistía. Murió en el exilio hace una década, a los 88 años.

Hernán Maldonado es periodista. Ex UPI, EFE, dpa, CNN, El Nuevo Herald. Por 43 años fue corresponsal de ANF de Bolivia.