Tierra Lejana-- Página de Hernán Maldonado




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Martes 3 de abril del 2001


SONRISAS TARDIAS EN CUCHUMPAYA

Por Hernán Maldonado


Debo admitir que por más que me esfuerzo, no logro ubicar en ningún mapa la población de Cuchumpaya, en la provincia Sub Yungas de La Paz. Quizás para los cartógrafos no tiene importancia alguna y nunca lo han hecho constar en los mapas oficiales de Bolivia que uno puede adquirir en el exterior.

Pero Cuchumpaya, en los últimos tres meses, ha sido el sitio geográfico más citado y la palabra que con más propiedad han pronunciado en su rústico español los niños de Escuela de Groves, en Texas, quienes poco antes de la Navidad del 2000 decidieron renunciar a sus tradicionales intercambios de regalos y más bien enviárselos a los niños de ese remoto pueblo boliviano.

Cuando reunieron sus obsequios, y juntaron un lote de material escolar que no llegaba a los 10.000 dólares, buscaron al doctor Jaime Molina, uno de los bolivianos con mayor vocación de servicio en la zona y éste no sólo que adquirió el contenedor, pagó el flete hasta Miami y lo envío por Lloyd Aéreo Boliviano, sino que se encargó de que el consulado en Houston certificara hasta el último documento necesario.

Con un poco de suerte, el contenedor debía haber llegado a Cuchumpaya justo antes de la Navidad para encender las sonrisas de los niños. De paso se iba a institucionalizar la relación de escuela a escuela. Se iba a sellar la solidaridad infantil Groves-Cuchumpaya. Los niños texanos “adoptarían” a los niños bolivianos. La idea de establecer “los pueblos hermanos” era prometedora.

Era, digo, porque todo se echó a perder. Es muy difícil explicarle a los pequeños texanos, a sus profesores, a los padres de familia, etc. que su generoso obsequio llegó a Cuchumpaya tres meses después de la Navidad, por culpa de una frondosa burocracia que no abre los ojos cuando ingresan al país centenares de autos lujosos robados en el exterior, pero que puso un celo extremo en el trámite de una simple donación, completamente documentada.

Este fin de semana he recorrido la montaña de documentos relacionados con el contenedor de Cuchumpaya y simplemente es como para hacerla figurar en el “Aunque usted no lo crea”, de Ripley.

He aquí en apretada síntesis. Cuando el contenedor llegó a Bolivia, ninguno de los allegados a Molina pudo sacarlo de la Aduana. Los burócratas pidieron nuevos documentos a Houston para que se certificara que era una donación. Cuando se allanó el obstáculo, la nueva exigencia fue para que se presentara un inventario.

Llenado el requisito, se exigió que se pagaran impuestos de importación. Obviamente de por medio y cotidianamente surgía el estribillo tan famoso en nuestras oficinas públicas del “vuélvase mañana”. El trámite de la liberación de impuestos duró una eternidad y Danilo Kuljis, representante de Molina en La Paz, debió deambular de la Aduana, al ministerio de Hacienda, de aquí, al de Educación y a la Cancillería.

Por si todo este vía crucis fuera poco, los burócratas también pedían autorización por escrito del alcalde de Chulumani y de los dirigentes comunales de Cuchumpaya para que aceptaran el obsequio. Y no sólo eso, sino que se pedía, para la liberación de impuestos, que esas personas presentaran sus RUC, cuestión completamente impropia, porque el obsequio de ninguna manera afectaría el patrimonio personal de éstos.

Entretanto se ubicaba al alcalde de Chulumani y en La Paz Kuljis era enviado de una oficina a otra, nadie parecía tener la autoridad suficiente como para liquidar el asunto de una buena vez. Casi en la desesperación absoluta, Molina decidió comunicarse directamente con el ministro de Educación Tito Hoz de Vila, éste derivó el caso a sus subalternos.

Enseguida, el subalterno pidió otra carta de los donantes y que se especificara el contenido (algo que ya se había hecho, pero que el funcionario lo quería original) mencionando específicamente el costo. La consulesa boliviana en Houston volvió a hacer el papeleo y se le envió al burócrata los documentos certificados y su traducción legalizada.

Cuando finalmente salió la resolución y Kuljis se disponía a recoger el contenedor, en la Aduana se lo impidieron aduciendo que debía pagar por el almacenaje de casi tres meses, almacenaje, producto nada más y nada menos que de la endiablada burocracia boliviana.

Lo positivo de todo este entuerto es que en la montaña de papeles, cartas, e-mails, certificados, etc, originados por el famoso contenedor, no hay una palabra de desaliento en Molina, Kuljis y otros samaritanos que le pusieron el hombro a esta pequeña obra de solidaridad. Lo que si hay, y al por mayor, es una profunda decepción porque en la Bolivia actual la burocracia insensible, corrupta e insatisfecha, parece haber alcanzado la mayoría de edad.

Como nada de este infierno es intelegible para los niños de Groves, los profesores y los padres de familia, simplemente han dejado entrever que el proyecto de los “pueblos hermanos” no va más. Es dificil que entiendan que un regalo de Navidad, no es entregado en Navidad. Ojalá pudieran explicárselo los que le han jugado una mala pasada a los niños de Cuchumpaya.





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