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Miércoles 8 de marzo del 2000


UN CADAVER INSEPULTO

Por Hernán Maldonado


Johnny Fernández junto a una imagen de su padre.
Miami - Con un chalequito gris, la camisa morada y un enorme sombrero de copa hecho de cartulina, el juvenil alcalde de Santa Cruz daba la impresión de un amoroso querubín. Dando brinquitos aquí y allá. Tomadito de las manos con hermosas jovencitas bailaba incansable al frente de su comparsa.

En la colosal algarabía de la entrada del carnaval cruceño 2000, Johnny Fernández quizás pensaba en esto que nos es muy propio: "Después del gusto, el susto". Porque susto tras susto es lo menos que le espera próximamente.

Jurídicamente no tiene ningún tribunal más al que apelar luego que la Corte Suprema de Justicia le ordenó pagar a la Distribuidora Fernández 9.9 millones de dólares por defraudación tributaria. Políticamente, sólo le queda el chantaje al gobierno, del que forma parte, para evadir ese pago. Tiene una veintena de "levantamanos" que podrían retirarse de la coalición oficialista y dejarla sin mayoría parlamentaria.

En los dos casos tiene la opinión pública en contra. Hasta el más distraido de los bolivianos está pendiente esta vez del asunto y quiere que el magnate cervecero pague su deuda al fisco, deuda que su compañía escabulló durante 10 años valiéndose de sus testaferros políticos y de sus abogados chicaneros.

El acreedor, el Estado boliviano, casi abúlico está moviendo sus pinzas para acorralar al deudor. Y es que en nuestras estructuras pesan mucho las cualidades de "jefe político, alcalde y líder del partido". Mucho más cuando el "don" forma parte de los mecanismos de poder.

Y la Cervecería Boliviana Nacional parecería no estar precisamente gozando de una buena salud financiera, si nos atenemos a la última asamblea de accionistas donde afloraron agrias divergencias entre los hermanos Fernández y se vieron las afiladas uñas de la competencia para echarle mano al paquete accionario más grueso.

Pero al joven Fernández parece importarle poco esos asuntos porque cuando los periodistas lo enfrentan con este tipo de temas sus respuestas son cantinflescas. En algunos casos su comportamiento también linda con la inocencia infantil, como cuando regresó hace dos años de un viaje a Disney World, proclamando como su mayor logro el haber podido comprobar que su visa "funciona" y que por ende su candidatura presidencial del 2002 no tendrá las objeciones de "la embajada".

Su padre, Max Fernández, fundó Unión Cívica Solidaridad (UCS) aprovechándose del agradecimiento que las multitudes le brindaban por su labor filantrópica, estrechamente emparentada con el asistencialismo.

El movimiento casi nació por generación espontánea. Recuerdo allá por 1990 un alboroto en el mercado Calatayud, en Cochabamba. Me acerqué curioso y la novedad era que ese día don Max Fernández inauguraba unos servicios higiénicos y el techo de la sección comidas.

Los vendedores virtualmente enterraron en mixtura y serpentinas a Fernández. Una entusiasta verdulera justificó así su adhesión: "Por años hemos pedido esto al alcalde y jamás nos ha escuchado. Hemos ido donde don Max e inmediatamente puso en movimiento a sus arquitectos, ingenieros y nos lo ha construido todo en menos de dos meses. Esto sí son hechos y no palabras".

Y esa labor asistencialista -- el techito aquí, la pizarrita allá; el bañito o la pilita de agua potable más allá; y las pelotas, la canchita, las camisetitas de fútbol para tal o cual equipito acullá, etc. --, fue marcando el camino por el que el empresario se convirtió en político.

Para entonces, los rebalses de otros partidos, los oportunistas, los pasapasas de siempre, los sinverguenzas, se unieron a Fernández sin darle jamás un contenido ideológico al partido que nació a billetazo limpio, al punto que cuando alguien quiso pedirle cuentas al dueño, este dejó para la historia su frase peyorativa para todos esos arribistas: "En UCS yo soy el dueño hasta de los ceniceros".

Muerto Max Fernández en un accidente aéreo, la familia no solo heredó la Cervecería, sino UCS. En medio de la genuina pena de un gran sector de la ciudadanía, el partido consiguió una importante votación en los comicios de 1997. Fue el voto del "gracias" popular a quien ciertamente resolvió problemas inmediatos, de ninguna manera estructurales.

Después, una vez más, quedó claro que los partidos no se heredan, menos cuando hay orfandad ideológica. Le ocurrió ya al otro conglomerado de populistas aglutinados en Condepa y ahora UCS no puede ser la excepción. Por su falta de liderazgo, de capacidad, por gruesas fallas en su estructura interna, por el irrespeto a la democracia partidaria, etc. el partido está agonizante.

Su actual líder, que baila feliz y trata de hacernos creer que no enfrenta ningún problema grave, debería repensar los pasos que va a dar, especialmente como empresario, porque como político... es un cadaver insepulto.