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Miércoles 17 de noviembre de 1999


EL CADAVER DE LEONARDO

Por Hernán Maldonado


Miami - Nadie que haya vivido intensamente los años de las décadas del 60 y el 70 en Bolivia podría decir que ha sido ajeno al drama que vivió el país en esa larga noche que empezó aquel 4 de noviembre de 1964.

Fueron 20 años intensos, más de frustraciones que de satisfacciones. En ese lapso - con decenas de desaparecidos, muertos y cientos de presos, confinados y exiliados - se perfiló la moderna democracia boliviana que hace apenas un mes celebró otro año de su adolescencia.

Todos esos compatriotas de esos tiempos hoy cargan canas, crían nietos y todavía, como entonces, anhelan para éstos mejores días que las que les tocó vivir aferrados a esperanzas, a quimeras.

Y se luchaba contra el gobierno militar desde la universidad, desde la oficina, la fábrica, la mina, desde la calle. El país se había atomizado. El único "partido político" unido eran las fuerzas armadas con grupos de civiles co-gobernantes, más interesados en la prebenda que en servir al país.

Los derrocados con Paz Estenssoro y encarcelados ese 4 de noviembre no entendían como otros movimientistas estaban aún en el poder con el general Barrientos. Ni como otros ex movimientistas recientes como los que conformaban el PRIN y el MNRI, y que habían contribuido al defenestramiento de Paz Estenssoro, seguían en la oposición, perseguidos como aquél.

Y a la vuelta de la esquina, tampoco era muy comprensible cómo es que enemigos supuestamente irreconciliables como el MNR y FSB pasaban a cogobernar. Y más terrible aún, cómo es que el derrocado ignominiosamente hace 6 años volvía en triunfo al país abrazado a sus derrocadores.

En medio de ese caos de identidad política, y mucho antes al golpe de agosto del 71, el Ché Guevara y sus hombres demostraron que sí se puede morir por un credo. Parte de nuestra juventud se encandiló con la idea y en las universidades surgieron grupos dispuestos a dar la lucha por la "Liberación Nacional".

En ese cuadro de efervescencia política era difícil saber quién luchaba porqué y para qué. No se sabía si el interlocutor era un camarada leal o un agente del Ministerio del Interior. En las universidades los jóvenes en la búsqueda de la pureza política aborrecían o sospechaban de los militantes de otros partidos.

Se creían los únicos poseedores de la verdad. Se proclamaban ser la "vanguardia de la revolución". Los que se oponían a sus ideas eran tildados de fascistas o agentes del imperialismo.

Y más después, cuando su lucha duró lo que un espasmo en Teoponte y el general Banzer se encaramó en el poder, buscaban consuelo a sus penas en las calles del exilio cultivando borracheras, entonando canciones de protesta, sin todavía avizorar que se reinsertarían en la partidocracia tradicional para lucrar como el que más.

Los movimientistas que no huyeron se enfrentaron al nuevo orden de cosas con la esperanza de retomar las "banderas de abril". Lo paradójico es que luchaban y eran perseguidos por un régimen en el que cogobernaba su partido.

El colega y viejo amigo Luis Minaya Montaño un día se sentó ante su computadora y decidió retrotraer en una novela esos azarosos tiempos vividos especialmente en La Paz.

Conductas, inconductas, personajes de toda ralea, políticos arribistas, burócratas lascivos e insensibles, tecnócratas de nuevo cuño, sentimentales; idealistas revolucionarios, estrategas políticos de café, policías sádicos, amantes ambiciosas y mujeres y hombres, padres, hermanos, hijos desfilan en el exitoso libro.

Los Andrés Garcías, las Genovevas, los Robertitos, las Remigias, los Menezes, el gordo Teobaldo, entre otros, son los personajes de la obra "El cadáver de Leonardo" que merecidamente ha recibido el premio de novela Erich Guttentag 1999 y que como colofón nos deja a muchos de esos personajes en nuestro entorno, ya sean como realidad o como fantasmas de un pasado que demora en dejarnos.