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BOLIVIA: EL ALCOHOLISMO
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Entrada del Gran Poder en La Paz.
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Acabó mayo y con el mes se fue una nueva versión de la entrada del Gran Poder, descrita como la manifestación cultural andina de mayor envergadura en el continente.
Lo que hasta hace unos años era una fiesta parroquial se ha convertido en un carnaval de invierno que virtualmente paraliza La Paz, no sólo el día de su realización, sino el del ensayo general y durante las prácticas de los 55,000 danzarines y 5,000 músicos.
Lo que llama la atención de esta entrada es el alto consumo de alcohol, comparable a los torrentes que se consumen en los carnavales de Oruro, Cochabamba y Santa Cruz.
Si el consumo se redujera a estos festejos y algunos otros más, como los aniversarios departamentales o el nacional, vaya y pase. Lo terrible es que ahora se bebe por cualquier cosa y de manera general, al punto que la iglesia católica ha prendido la luz roja.
No pocas autoridades – con algún tufillo fascista – han decretado la "ley seca" alarmadas por la evidente desintegración familiar (en 1998 el número de divorcios fue casi el mismo que el de matrimonios) que se manifiesta principalmente en las ciudades de La Paz y Santa Cruz.
En esta última ciudad se ha llegado al extremo de autorizar a la policía al uso de vídeos para filmar a los borrachitos, especialmente jóvenes, por si después alegan su inocencia por los desmanes que ocasionan.
El arzobispo de Cochabamba, René Fernández, y el director del Instituto de Bioética de la UCB, Miguel Manzanera, sostienen que el alcoholismo, aun ocasional, es el "factor más recurrente de violencia doméstica y de desintegración familiar en el país", además de ser una de las principales causas, talvez la primera, de accidentes de tránsito".
La prensa cotidianamente informa de hechos delictivos producto del alcohol. En Cochabamba no hace ni un mes que la televisión mostró a colegiales de 15 y 16 años, hombres y mujeres, saliendo tambaleantes de un bar clandestino. En Santa Cruz, por las mismas fechas, el diario El Deber publicó en su portada a dos mujeres policías llevándose detenida, a las 11 de la mañana, (como un cóndor, solíamos decir en mis épocas de estudiante) a una jovencita ebria que todavía tenía puesto el guardapolvo escolar.
¿Es realmente alarmante la situación como nos lo describe la iglesia y la prensa nacional?
La respuesta es positiva, si nos atenemos al informe y las cifras divulgadas el año pasado por el Centro Latinoamericano de Investigación Científica (Celin), según el cual "el alcohol ha llegado a ser parte de la vida cotidiana en todas las ciudades de Bolivia y en el ámbito rural es un problema aún mayor".
Celin puntualiza que un tercio de la población del país (1,461,788 varones y 896,437 mujeres) está entre los bebedores ocasionales y que las ciudades con mayor incidencia son Riberalta, Tarija, Quillacollo, Santa Cruz, Montero, Cochabamba, Trinidad, La Paz, Oruro, El Alto, Potosi y Sucre.
Agrega que "un poco más de la tercera parte de los estudiantes urbanos de Bolivia son actualmente consumidores de alcohol". Fernández y Manzanera acotan, de acuerdo a los mismos informes, que alrededor de 100,000 bolivianos "sufren seriamente las consecuencias negativas del abuso del alcohol... y muchos de ellos no tienen posibilidad de rehabilitación".
Monseñor Fernández y Manzanera claman porque se tomen medidas para frenar el alcoholismo, que con razón describen como una parte más de la "cultura de la muerte" en el país.
Hay un tema pendiente por analizar: ¿Qué es lo que está llevando a nuestros compatriotas a encontrar alegría o ver el futuro sólo a través del fondo de un vaso de cerveza?