NOTICIAS Y COMENTARIOS EN TIERRA LEJANA

4.1.09

El complejo de Adán

Por Carlos D. Mesa Gisbert (La Razón Enero 4-2009)


El presidente Morales parece comprender cada día menos la diferencia entre la demagogia y la verdad. Siguiendo los ejemplos de sus mentores que pretendieron perpetuarse reescribiendo la historia, o mejor inventándola, el Presidente, víctima del complejo de Adán que hace carne en todo aquel individuo que cree que es él quien está fundando el país, ha decidido con el apoyo de los intelectuales que lo circundan que su régimen representa el año cero de la historia boliviana.

La primera premisa para que esa invención tome cuerpo es afirmar sin ruborizarse que todo lo que se hizo antes de ese día que marca “su” año cero estaba mal. Para el actual Gobierno, ese pasado se sintetiza en dos palabras. La primera: “Neoliberalismo”, sinónimo de demoníaco, nefasto, antipopular, vendepatria, empobrecedor, etc., etc., etc. La segunda: “Colonización”. Implica la referencia a la colonia como el momento más negro de nuestra historia y como un periodo que hay que enterrar para siempre. Por contraste, marca la idealización del pasado prehispánico capaz de proyectar el “futuro luminoso” que supuestamente nos espera.

Con referencia a la colonia española, el Presidente ha repetido hasta el cansancio varias cosas que da por verdades de fe y que comienzan a afincarse en la mente de nuestros compatriotas. Se refiere a ese momento como el de un genocidio al que, según la circunstancia y tratando de igual modo el periodo colonial que el republicano hasta el 2006, le añade algunos elementos, como que los indígenas estaban prohibidos de circular en el centro y las plazas de las principales ciudades y que las mujeres indias fueron sistemáticamente violadas por los conquistadores. Dice también que a todo aquel que quería aprender a leer y escribir en castellano se le sacaban los ojos y se le cortaban las manos; ha mencionado más de una vez que los españoles prohibían a los indígenas expresarse en cualquier lengua nativa, combinación que de haberse hecho realidad, habría logrado que todos los indígenas hubiesen dejado de hablar.

Suponiendo que los españoles hubiesen llevado a cabo un genocidio, Bolivia no tendría hoy treinta y seis pueblos indígenas, dos de ellos que suman casi cinco millones de habitantes (casi el 50% de nuestra población). Hubiésemos corrido la misma suerte que Estados Unidos, que como producto de la colonización británica tiene hoy una población indígena menor al 1% de sus habitantes. Los colonizadores de Charcas necesitaban mano de obra masiva y el beneficio del tributo indígena, sin el que el sistema colonial simplemente habría colapsado, por lo que no era económicamente deseable para ellos masacrar y hacer desaparecer a los pueblos sometidos. Otra historia es la forma aplicada, la violencia sistemática, la sujeción y el aprovechamiento inhumano de esa mano de obra, que terminó con miles de vidas (en la colonia y en la República), lo que debe recordarse no para ejercitar revancha, sino para no repetir nunca más tal experiencia.

La prohibición de hablar lenguas nativas, los ojos arrancados y las manos cortadas, son mentiras inaceptables. Las lenguas nativas jamás estuvieron prohibidas en tiempos de la colonia, es más, los primeros diccionarios de esas lenguas fueron redactados por europeos en el siglo XVI. Pero el mentis definitivo a tal argumento es la realidad de millones de bolivianos que hablan hoy esas lenguas indígenas. Por si fuera poco, en las misiones jesuíticas del oriente, las lenguas dominantes, sino exclusivas, eran el guaraní, el chiquitano o el mojeño. Tampoco se aplicó como política ni sistemática ni parcial, ni en la colonia ni en la república, arrancadas de ojos ni cortadas de manos a los indígenas que quisieran leer y escribir, lo que se hizo es no ejercitar políticas de alfabetización y educación universales. No está demás recordar que por orden del rey había una cátedra de aymara en la universidad de San Francisco Xavier desde su fundación y que el proceso evangelizador se hizo casi siempre en lenguas nativas. Vale añadir aquí que los indígenas jamás fueron sometidos a la inquisición por el principio de que ésta sólo se aplicaba a “infieles, apóstatas o herejes”. Se consideraba que a los indígenas, al no haber conocido a Dios antes de la llegada de los españoles, no se los podía juzgar en un tribunal inquisitorial.

Si hubiese sido cierto que se aplicó una política de violación sistemática de las mujeres indias, todos los bolivianos tendríamos sangre mestiza. Es más que evidente que una importante población quechua, aymara y guaraní no tiene una sola gota de sangre española en sus venas; el proceso de su mestizaje es de carácter cultural más que étnico. En consecuencia, tal afirmación es un disparate.

Finalmente, es totalmente falso que en la colonia y la república estuviese prohibida la circulación de indígenas en calles y plazas principales de nuestras ciudades. Tanto cuadros coloniales como fotografías del siglo XIX muestran no sólo la presencia de indígenas en la plaza Murillo de La Paz, sino que incluso hay una foto de 1888 que muestra la plaza 25 de Mayo de Sucre llena de indígenas que comercian vacas y otros animales, y venden sus productos agrícolas como en cualquier feria de hoy.

Seguir con esta política de medias verdades, mentiras flagrantes o descontextualización intencional de los hechos, profundizará heridas, odio y sed de revancha.

Es tiempo de reconocer que Bolivia es parte de la América occidental, como es parte de la América indígena. No son dos Américas, es una sola, construida como toda civilización en medio de choques brutales, violencia e intolerancia, tanto como construcciones notables, amor y generosidad. Nuestra mente, mal que le pese a los intelectuales del neoindigenismo, no se congeló en 1535 y es heredera de todos los siglos de nuestra historia, de los que no se puede arrancar el periodo 1535-2006 con toda la carga de negativos y positivos que tuvo.

Igual que el 18 Brumario, este ensayo de crear el paraíso y de inventar el pasado, será parte de la historia, pero no de ésta, parcial y falseada, sino de la historia total de esta nación de profundas y remotas raíces.